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MEMORIAS Y TRADICIONES 155

parendo. Poco a poco la sospecha se fué convirtiendo en con- viccción, y por fin se afirmó, sin embozo, que el verdadero sa!- teador de ia iglesia no era otro que el mismo cura. !El síncope aque! que sufriera mi hombre cuando oyó mi primera acusación, vino a ser el preámbulo de un ataque cerebral. Juzgué conve- vuiente marcharme, anies que las cosas se enredaran de nuevo, y supliqgué al juez me hiciera entregar el macho de mi propie- dad, que pastaba en campo del cura. Mi súplica fué atendida. Pero ii alejamiento del lugar demandaba prudencia, y me fué indispensable presentarme en público a toda hora, espiando el momento que necesitaba. Busqué por alojamiento la cabaña de una familia pobre que se ocupaba en fabricar patay. De éste adquirí una reguiar factura, que me serviría muy luego para cu- brir mi contrabando. Sabiendo el buen hombre en cuya casa me había asilado, que yo viajaría sin rumbo fijo, me invitó 2 acompañarle a una feria que iba a efectuarse por quellos días en la aldea de Salavina. No vacilé en aceptar la invitación.

A las ocho de la mañana, hora en que los vecinos de Loreto cruzaban las callecitas de la villa, o las sendas que los condu- cian a sus faenas de campo, yo, el denominado Doctor, dejaba tranquilo el teatro en que había producido tanto escándalo, alar- ma, discordia y enredo, para seguir avante mi camino con la frente serena y erguida.

lA: la caída de la tarde me fingí enfermo. Nos hallábamos como a diez leguas de Loreto y frente a la única casa de campo que habríamos de hallar en el trayecto.

A mi compañero le urgía no perder tiempo para llegar tem- prano a la feria, y yo no podía desperdiciar esta ocasión, enfer- mo como estaba, de alojarme bajo techo. ¡Convinimos, pues, en que él continuaría su camino, y yo iría a alcanzarlo en la feria. -

Hice como que me dirigía a la casa en cuestión; pero ape- nas mi compañero se hubo perdido entre lo espeso de un bos- que, volví grupas y emprendí regreso al galope, hacia el sitio donde tenía oculto mi tesoro. Cuando el lucero del alba relum- braba en el cielo, yo estaba en posesión de aquél.

Refresqué un poto a mi macho y dejando el camino real me abri paso por el monte. Dos días después me hallaba en territo- rio tucumano. Descansé un tiempo y emprendí viaje hacia Ca- tamarca, ofreciendo en venta a los transeuntes mi factura de patay. Y así, adelantando aquí, deteniéndome allá, ya tocando las fronteras de ¡Córdoba, ya las de Sam Luis, he pasado tres meses. Los reales que traía, y los que me proporcionó la venta del patay; me los bebí convertidos en aguardiente.

'Calló el Doctor. Cuero, que se había divertido con la his- toria, tanto como un chico con un cuento, tenía la más viva cu- riosidad por averiguar cómo había pensado hacer su nuevo so- cio para enajenar las prendas de su sacrílego botín.

—«¿Y cómo pensabas vender las vinajeras, los sahumadores y el Santo Cristo?—le preguntó. . o

—A Dios gracias—respondió el Doctor—tengo mis habili- dades. Algunos barruntos poseo de ciencias y de artes. Ese Santo (Cristo puede ser fundido para darle la forma de un tejo; y en cuanto a las piezas de plata, pueden convertirse en una pi- ñita.

Los aplausos que se le tributaron aj gobernador don Manuel