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MEMORIAS Y TRADICIONES 151

pio, para despistar a la justicia. ¿[Con qué objeto se ha arroja- do esa ganzúa a la puerta misina de la iglesia, según afirma la honorable persona que lo trae? 'Esto es atroz, señores, ¡atroz! ¡Perdónsnme Dios y su Santísima Madre! pero ¡quién sabe si no va a haber algún maligno que suponga que la inocente acción de despacharme al féretro de mi virtuoso y bien querido cura, ha sido una treta estudiada!

Un murmullo cundió en el auditorio.

— ¡¡Caramba con el sacristán!

—¿De dónde habrá salido?

— ¡Qué bien habla!

—Debe ser un sabio disfrazado...

—:¡0 algún sabio loco!

—Todo puede ser. ¿Por qué estará tan harapiento?

—Pero es que también tiene buena ropa Yo le vi ayer con ella, cuando acompañaba al señor cura.

—Y yo también... Tiene un machito muy gordo, que mon- taba cuando llegó a la villa.

—Este no puede ser ladrón.

—No, hombre, ¡qué ha de serlo!... ¿Has visto qué bien parado acaba de dejar a nuestro Párroco?. Porque me pare- ce que la indirecta...

—5í, la indirecta no puede ser más directa.

El hombre gordo y cachetudo habló a su vez en tono severo:

— ¡Bueno! Aquí no tenemos ya nada que hacer. Yo me re- tiro a mi juzgado a tomar las medidas que mejor convenga. Los vecinos todos de esta villa, entre tanto, deben, por su parte, secundar la acción de la autoridad, evitando que el tiempo pase sin resultado. El daño que deploramos, no sólo perjudica y bur- a a la iglesia, sino que burlará y perjudicará a todo el vecin-

ario.

¡El sol empezaba a levantarse anunciando un día de terrible «calor, y el campo se oreaba a gran prisa. La mayoría úe los asistentes a la comilona, tanto a pie como a caballo, se puso en retirada. Pocos fueron los amigos del cura que tuvieron a bien despedirse de él y darle el pésame por el infausto suceso.

La campaña trizada empezó a llamar con eco triste y des- templado, como si también ella estuviera de duelo por la des- gracia acaecida. Debía realizarse una misa de cuerpo presente, por el descanso del vecino emponzoñado, cuyo cadáver había si- do conducido a la iglesia a primera hora.

¡Pero era el caso que la tal misa no podía oficiarse sin mi concurso, y el muchacho campanero fué a llamarme .-a nombre del cura. Dueño del campo, después del rudo ataque que se me llevara hasta la trinchera en que supe convertir el féretro, es- tableci junto a él mis reales, y contesté muy atentamente que si para algo precisaba mi persona el señor cura, tuviera la bon- dad de llegarse adonde yo me encontraba, pues estaba resuelto a no moverme de allí hasta la tarde, hora en que me marcfzría de la iglesia, ausentándome para siempre de un paraje donde tan ignominiosamente se me había tratado.

Irritado el cura por mi excusación a su llamado, vino en persona a dirigirme palabras chocantes y amenazadoras; pero yo me acordé del Santo Job y quise dejar sin réplica su desahogo. Herido en lo más hondo de su amor propio y elevada su irrita- bilidad a mayor grado con mi silencio, cerró sus puños y se lan- zó sobre mí... Apenas pude contener los golpes que me dirigió a la cara.