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148 PEDRO ECHAGUE

Se acomodaron los bandidos alrededor del fuego, y el doctor comenzó así:

— Me hallaba en Santiago del Estero, y tuve curiosidad por conocer la iglesia aquella, cuya Virgen pasa por ser sumamente milagrosa y cuenta con innumerables devotos. Me trasladé, pues, a ella, y me hallaba contemplando los detalles decorativos de su interior, en medio de la nave, cuando el cura se me aproximó preguntándome: -

—¿Sabe' usted ayudar a misa, mi amigo?

—Cuando niño lo hacía muy bien señor Cura—contesté. Creo que todavía podría hacerlo...

—Entonces le ruego que me haga un favor: ayúdeme usted a oficiar una misa que debo decir dentro de poco. El sacristán está enfermo, y no veo ahora de quien valerme para el caso.

Me presté deferentemente a la solicitación del señor Cura, y este fué a ordenar que Mamaran a misa. Luego me hizo entrar en la sacristía. Debí desempeñarme correctamente en la ayuda que le presté al ministro del Señor, porque este quedó suma- mente complacido de mis servicios. Quiso recompensarme, pero yo rehusé su obsequio. Entonces me dijo:

—¿Podría usted veri” durante algunos días, y hasta que el sacristán se reponga, a prestarme la misma ayuda?

—Yo no soy del lugar, señor Cura.—le dije—Vivo un poco lejos, en otro pueblo, pero vendré gustoso a servirle a usted y 2 Dios, cuántas veces sean necesarias. ¡(Con madrugar un poco...

Varios días estuve haciendo como que venía de lejos, al solo objeto de ayudar al cura a decir misa. La verdad era que me quedaba por las noches en un rancho de los airededores del lu- gar, en el que me daban alojamiento. Mi conducta ejemplar sedujo al cura que acabó por ofrecerme en propiedad el puesto de sacristán, después de pedirme algunos antecedentes sobre mi persona. Yo le dí los antecedentes que quise darle, y el cura que me había tomado en simpatía, no los puso en duda. Me hice, pues, cargo sin más trámite, de la sacristía de Nuestra Señora de Loreto, con la cristiana idea de hacer pasar a. mis boisillos, en la primera oportunidad, estas alhajas que ustedes ven ahora, y cuya existencia en la iglesia tenía yo perfectamente advertida. y

Cierto día me hizo saber, lleno de satisfacción, el señor Cura, que el siguiente era el de su cumpleaños. Sus feligreses ven- drían a cumplimentarlo, y habría fiesta en la casa parroquial. Y efectivamente, los regalos y los mensajes empezaron a llegar «desde la víspera.

Al día siguiente, muy temprano, recibió el sacerdote un llamado urgente. ¿A uno de sus fieles lo había picado una víbora; estaba moribundo, y fué necesario ir en su auxilio espiritual. Pero nuestra expedición fué inútil, pues cuando llegamos, aquél había dejado de existir. Al regresar, oímos desde lejos los ale- gres repiques con que mi auxiliar, el muchacho campanero, celebraba por su cuenta el cumpleaños del cura, como se cele- bran las grandes festividades de la iglesia. El resultado fué que al término de los repiques, una de las campanas sonó en falso; era que el muchacho la había roto en su furioso entu- siasmo.

Un notable vecino que se muere y una campana que se rompe... Los signos no parecían muy propicios para la comilona en preparación.