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146 PEDRO ECHAGÚE

mo pensó sino en salvar a su hijo, y se echó ella misma a la calle a buscarlo e incitarlo a fugar. Tuvo la suerte de encon- trarlo, y el amor maternal que sabe hacer milagros, desplegó tal actividad, que dos horas después, y antes de que la fatal órden del general hubiera sido dada, Eladio Bustillo salía sigilosa- mente, bien montado, bien provisto de dinero y convenientemente disfrazado, con rumbo a las Sierras de Córdoba.

La noticia de su traición no se divulgó en el ejército, pues el general siguió manteniendo en reserva los documentos que la comprobaban. [Ella no perjudicó, por otra parte, al ejército patriota, pues ya se ha dicho que las correspondencias del trai- dor no llegaron jamás a su destino. En cuanto a la brusca desaparición de éste, causó extrañeza, pero la febriciente activi- dad de aquellos días, hizo que pronto se la olvidara.

Nunca más volvieron a tener noticias de su hijo los señores Bustillo. Y cuando vieron que el general ¡San Martín no tomaba medidas contra el prófugo, no ordenaba su proceso, ni revelaba las terribles piezas de acusación que contra él poseía, compren- dieron la generosidad y la nobleza de la advertencia que había ido a hacerles la mañana aquella... No queriendo conservar en su ejército un elemento semejante; no queriendo tampoto ago- biar de vergiienza la a'.cianidad y el puro nombre de los” seño- res Bustillo, y no habiendo tenido consecuencias la traición del miserable, dió el paso que se ha visto ante sus amigos, para conciliario tcdo sin faltar a su deber de militar.

¡Bien sabía él de lo que el amor de la madre sería capaz!


Refugiado en las Sierras de Córdoba, Eladio Bustillo llevó una vida de vagabundo. Mientras le duró el dinero que tenía, pudo permanecer quieto en los villorríos serranos, entregado al vicio que había adquirido: la bebida. Pero los recursos se aca- baron, y entonces él, incapaz de recurrir al trabajo, dado el estado de disgregación moral y de abyección en que había ido cayendo, se entregó al robo. Ya se ha visto que era un hombre débil y mal inclinado. El alcohol y la vagancia acabaron de pervertirlo, y los caminos contaron desde entonces con un saltea- dor más, temible por la astucia, la inteligencia y el ingenio que ponía al servicio de su triste actividad.

Catorce años después, era un bandido perfecto, y hasta en el presidio tabía podido perfeccionar sus artes de ladrón, que siempre ejercía solo. Fué por este tiempo cuando conoció a ona ¡Cuero y a su handa, en las circunstancias que pasamos a relatar.

Recorría el forajido cierta lejana zona de la provincia de San Luis, entregado a su productiva tarea de asaltar a los tran- seuntes, cuando divisó un jinete que galopaba a campo traviesa, como si quisiera rehuir todo encuentro. Mandó dos hombres en su persecución, y como aquel iba mal montado, pronto fué al- canzado y conducido a presencia de Cuero que, al verle, le tomó por un mendigo.

—+¿Sabes—le dijo—que me dan ganas de mandarte degollar por zonzo? ¿Quién te manda disparar así? Un rotoso como vos, no debe tener miedo de que lo desnuden...

—Señor comandante—contestó el prisionero—Jdice el refrán que bajo una mala capa puede haber un buen bebedor, y quién sabe si este rotoso no tiene algo que pueda interesarle a Vue-