HEMORIAS Y TRADICIONES 145
paraba en Mendoza el paso de los Andes, se encontraba la del señor Bustillo, persona de gran fortuna y acendrado patriotismo. Tenía, este señor, un hijo llamado Eladio, de veintitantos años de edad, gallarda figura y regular instrucción adquirida en un colegio de España, a donde niño todavía, lo envió su padre. San Martín, que frecuentaba la casa de Bustillo, le tomó afecto al muchacho, y quiso aprovechar ciertas aptitudes que este demos- traba, colocándolo en la Maestranza del ejército en organiza- ción, y abriéndole así un camino en la carrera militar. Pero sus esperanzas y buenas intenciones quedaron defraudadas. Bien pronto se supo que Eladio se encontraba bajo el absoluto domi- nio de la hija de un acérrimo realista español, la cual, inducida por su padre, pensaba valerse del muchacho para obtener infor- Inaciones secretas sobre los preparativos del ejército patriota.
Se comprobó luego que, en efecto, el teniente Eladio Bustillo ensayaba tener al corriente al padre de su amada, residente en Chile, y agente conocido del ejército realista, del estado de nuestro armamento, del grado de nuestra preparación militar y de los planes de nuestro general. Las pruebas que contra el espía se obtuvieron eran abrumadoras, pues se trataba nada me- nos que de cartas de su puño y letra, llena de inventarios, informes y pormenores relativos a la Maestranza, es decir, ai punto sobre el que convenía guardar más estricto secreto. Feliz- mente, esta correspondencia había sido interceptada por las cuercias que San Martín tenía apostadas en los pasos de la cor-
illera.
Presentóse cierta mañana el general San Martín en casa del señor Bustillo. Su aire de gravedad y de reserva, impresicnó a la familia que lo había recibido con la afabilidad acostumbrada.
—Vengo—dijo encarándose con ej señor Bustillo, y rehu- sando la silla que se le ofrecia—a hablar con usted de un asunto en extremo delicado.
Una nube de inquietud pasó por el espiritu del padre de Eladio.
—3¡Amte todo—continuó San Martín—y para evitarme peno- sas explicaciones, sírvase leer usted esta carta.
Era una de las que habían sido interceptadas, y ponían de manifiesto las terribles responsabilidades de espía en que estaba incurriendo el joven Bustillo.
Quedó ej padre herido como del rayo ante aquella oprobiosa revelación, que hacía a su hijo pasible de una inmediata pena de muerte con ignominia, y la madre presente en la escena, se echó a llorar desesperadamente. .
—En homenaje a la amistad que profeso a ustedes—siguió el general, y en homenaje sobre todo al patriotismo ardiente y abnegado de que tiene usted, señor Bustillo, dadas tantas y tantas pruebas a la causa de nuestra patria, he querido venir yo mismo a advertirle de la traición de su hijo. He hecho algo más. He mantenido hasta ahora en reserva esta corresponden- cia, para evitarles a ustedes la vergiienza pública. Pero, sobre mi deber de amigo está mi deber de militar, y voy a ordenar la prisión del teniente Eladio Bustillo, para someterlo a un Con- sejo de Guerra.
Hecha esta declaración, San Martin estrechó en silencio las dos manos del señor Bustillo, se inclinó con respeto ante la señora y se retiró.
No es necesario pintar la desolación y la angustia de los padres después de esta entrevista, La madre, ¡madre al fin!
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