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MEMORIAS Y TRADICIONES 141

difiicultad, a causa de la embriaguez que empezaba a dominarlo. ¡Ya decía yo que ese gringo te estaba gustando! ¿Conque te interesa que se salve! ¿no? ¡Ahora vas a ver!

Con una mano le presentó el trabuco que tenía cerca de sí, y con la otra empuñó el rebenque.

— ¡Ahora mismo me lo vas a balear al gringo! ¡Ahora mismo!

El joven hizo oir su voz suplicante:

—-Capitán, ¡téngame usted lástima!... Todo lo que yo tenía es suy0... Tengo una madre que me espera y soy su único sos- tén... ¡¡Déjeme la vida!...

Pero (Cuero borracho de alcohol y de rabia, se exasperó más todavía al oir estas suplicaciones,

— ¡Tirale ahora mismo!—gritó cada vez más furioso—¡'Aho- ra mismo!

Arrebató la ¡Chapany el trabuco que el bandido le metía por los ojos, y lo disparó al aire.

Frenético el fascineroso le descargó el cabo de fierro de su re- benque sobre la cabeza. Martina, rodó por el suelo, y Cuero eruzó entonces de azotes su cuerpo exámine,

Los gauchos que presenciaban este espectáculo, embrutecidos Por el alcohol y la sumisión al capitán, no se movieron.



Ej sol del nuevo día alumbró un cuadro horroroso. El cuer- po del joven extranjero seguía atado al chañar, pero su cabeza había sido destrozada por un trabucazo dispárado a boca de ja- rro. Martina [Chapanay seguía desmayada, y los bandidos dise- minados por entre los yuyos, dormían en actitudes bestiales.

Algunos cuidados hicieron volver en sí a la mujer, cuando sus compañeros se hubieron despertado. Se incorporó con difi- cultad, machucada por los golpes que recibiera la noche ante- rior, y un movimiento de horror la sacudió, cuando vió que el infame ¡Cuero había perpretado por su propia mano el nefando asesinato. i

—-¡¡Cobarde!—le dijo encarándose con él.—Si anoche me hu- bieras dado tiempo siquiera para sacar el.facón, no serías tú el que se riera ahora de tu crimen...

Cuero no contestó. Sabía de lo que era capaz Martina, y ma- gullada y todo como estaba, no quiso irritarla más.

En cuanto a ella, en el fondo de su corazón, juró vengarse del miserable que la había arrastrado á la abyección en que se encontraba, y de la que tan difícil le era salir ahora. Hubiera querido separarse de él, fugarse, pero ¿a dónde ir? La policía le echaría la mano encima como cómplice de los salteadores, si se presentaba de nuevo en el poblado. Resolvió aguantar todavía algún tiempo a su lado, disimulando el odio que ahora sentía por el que antes amó, y aguardando una ocasión de tomar venganza.


Era el año 1830, y gobernaba la provincia de San Juan el coronel don Gregorio Quiroga. La capital era todavía un ciudad rudimentaria y casi aislada en los desiertos circunvecinos. Los departamentos eran caseríos dispersos, y Caucete, por ejemplo, era en su mayor parte un campo inculto, sombreado por espesos montes de algarrobos y chañares, alternados a veces de praderas