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MEMORIAS Y TRADICIONES 139

pronto les fué inútil para guarecerse, pues el agua arreciaba en- tre truenos que repercutían en el amplio espacio, y relámpagos que alumbraban con claridades siniestras la montuosa solejdad.

De pronto se oyó un silbido entre la tormenta.

—¡A ver ustedes tres! —ordenó Cruz Cuero—¡Chavo, Tarta- mudo, Jetudo! «delántense con cuidado y vayan a darle una manito a los otros! ¡Cuidado con errar el golpe!

Los designados por estos pintorescos sobrenombres, montaron a caballo y avanzaron en la dirección que indicaba ei silbido de los vichadores de la banda, dirigiendo con cautela sus cabalga- duras bajo el aguacero furioso.

Habría pasado un cuarto de hora, cuando se oyeron voces y risas en el camino próximo, mezcladas con el ruido de las pisa- das de animales que se acercaban. Resonó otro silbido que Cuero se apresuró a contestar, y dos de los bandidos destacados antes, reaparecieron. -

—¿Y? ¿Qué tal? —preguntó el capitán imperiosamente.

—¡Muy bien! —contestó uno de ellos. Ahí traemos al gringo con la carga. La cosa resultó fácil, porque los peones que esta- ban con él, dispararon como gamos en cuanto nos sintieron. El gringo quiso resistirse y echó mano a una de las pistolas que llevaba een la cintura, pero mientras yo le amagaba puñaladas, el Tartamudo, de atrás, lo azonzó de un golpe en la cabeza y le quitó el arma. Los otros compañeros ni siquiera tuvieron que entrar en juego... “

—¿Entonces todos ustedes salieron bien?

—:¡Toditos! Abí no más vienen los demás con el gringo...

Lleno de satisfacción, Cuero le dió unas palmadas en la es- palda a su secuaz, y canturreó:

En vano es que de mis uñas te pretendas escapar, porque de día o de noche

si te busco te he de hallar.

—-:¡Qué bien nos vendría ahora una media docena de chifles de aguardiente! —dijo uno de los bandidos contagiado por la ale- gría del capitán.

— ¡Y de ande, pues! —contestó éste.

—¿De ande? ¡De aquí, |pues!—repuso el Jetuda aleí-gando una botella en la oscuridad.

—¿Qué es eso?

—¡Coñaque!, mi comendante, coñague! Cuando nosotros lle- gamos, el gringo, que estaba con los peones bajo una carpa, se ocupaba en llenar esta botella sacando licor de un barrilito que traía en la carga. ¡Y, claro! Yo no me olvidé de la botella en cuanto lo amarramos.

—i¡A ver!

Después de empinar la botella, Cruz Cuero la pasó a Su vecino:

—-Tomá y pasásela a los otros. ¡Y no sean bárbaros, no se la vayan a chupar de una sentada!

La recomendación fué inútil; el cuarto bandido recibió la botella vacía, y se quejó amargamente de su suerte.

—:¡Pucha que son groseros! —exclamó Cuero, indignado.— ¡Se encharcan de coñaque sin acordarse de que sus «compañeros también tienen guarguero! ¡A que les doy unos rebencazos por sinvergiienzas!