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—¿Qué llaves?

—Las de las puertas de la casa de la patrona. Todo el mundo queda encerrado allá.

Cuero se rió a carcajadas de la ocurrencia de su cómplice.


El campo de los Papagayos era el sitio que el prófugo había elegido para cuartel de operaciones. Quería estar suficientementa lejos Ge la ciudad, como para poder moverse sin temor, durante las correrías que proyectaba, y teniendo siempre a la mano abri- gos seguros en que refugiarse en caso de persecución,

—Esta vez—decía—voy a negociar en grande. Nada de me- rodeos ni raterías. Hay que contentar a los muchackos y para esto es necesario cazar gordo...

“Los muchachos”, eran los que componían la gavilla de sal- teadores que tenía apalabrados de tiempo atrás, y a cuyo frente se proponía entrar inmediatamente en campaña, atacando cami- nantes y desvalijando arrieros.

La naturaleza honrada de Martina Chapanay, se rebelaba con- tra la idea del robo y del asalto. El recuerdo de lo que sabía. de su madre, recta, misericorliosa y buena, le vino más de una vez a la memoria, y sintió r: .ordimientos y verguenza de la abyec- ción en que la hija iba a acer. Pero había dado ya el primer paso y las circunstancias la arrastraron. ¡4demás, seguía querien- do a Cruz Cuero, cuya brutalidad ejercía sobre ella una extraña fascinación.

¡Dos meses necesitó el foragido para organizar su banda y planear sus “negocios” en grande. Durante este tiempo, se había asomado a algunos departamentos y dado algunos golpes de me- nor cuantía, levantando animales y prendas distintas para ir: aviániose. Martina estaba ahora vestida y armada como un hom- bre. Se había ensayado largamente en ej manejo de las armas, particularmente en la daga, que llegó a esgrimir con una agilidad y una destreza superiores a la del mismo Cuero, y aprendió sin mayores esfuerzos todas las otras actividades campestres del gau- cho, como que su tendencia hombruna la inclinó siempre a ellas.

Este rudo aprendizaje inicial, la dejó apta para la existencia que había de llevar después; en adelante no hizo sino perfeccionar su educación de marimacho.

Uno de los espías que Cruz Cuero tenía destacados en parajes estratégicos, se presentó un día en el campamento arñunciándole la aproximación de una buena presa,

Se trataba de un joven que venía en dirección a San Juan, «conduciendo una carga de importancia, en la que se hallaban in- cluídas, joyas de alto precio. Dos peones lo acompañaban. Según la marcha que traían los viajeros, era posible salirles al encuentro a la altura de Monte Grande.

El asalto quedó resuelto inmediatamente, y toda la banda, incluso la Chapanay, se puso en marcha para sorprender la cara- vana.

Dos días después, la gavilla se internaba en la espesura de Monte Grande cuando se ponía el sol. Hacia el naciente, ura ne- gra masa de nubes anunciaba tormenta. Y en efecto, la noche se hizo pronto oscura y tempestuosa, y la lluvia empezó a caer a cántaros.

¡Los salteadores echaron pie a tierra, y bajo la dirección de su jefe tomaron posiciones bajo el follaje de los árboles, que bien