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MEMORIAS Y TRADICIONES 137

ordeñar las vacas, pues le traía a la memoria la vida del campo, le permitía pisar el pasto del potrero y oir los relinchos de los caballos, que le despertaban punzantes nostalgias de viajes y aventuras a campo abierto. Se decía que ella no podría ya ser nada en la ciudad, ni siquiera maestra de niños como lo fué su madre, pues no se le había enseñado a leer, y, en tales condicio- nes, era mejor volverse a las Lagunas. Este deseo trabajaba cons- tantemente su imaginación.

De la finca que la señora Sánchez poseía en uno de los de- partamentos, bajaban con frecuencia a la ciudad peones rurales, en servicio de aquella, Había entre dichos peones, uno que le interesó a Martina, porque tenía fama de cantor y de guapo. Se llamaba Cruz, y por sobrenombre lo apellidaban Cuero. Era alto y flaco, pero musculoso y dueño de robustos puños. Picado de vi- ruela, lampiño y con tipo de índio, había en él un aire de auda- cia y de ferocidad disimulada que causaba inquietud. Sus antece- dentes eran pésimos, como que tenía en su haber seis entradas a la cárcel por robos. La señora Sánchez conocía sus hazañas, y si lo guardaba a su servicio, era porque no habiéndole robado a ella nada, lo utilizaba como espantajo para los otros ladrones de la campaña, que le temían y obedecían.

¡Las “tonadas” que cantaba en la guitarra, y su prestigio de varón fuerte, tenían muy impresionada a Martina, que escuchaba con qnsto sus requiebros, y se veía de vez en cundo a solas con él.

Un hecho criminal de Cuero, trajo como consecuencia su fuga, acompañado de aquella, en las siguientes circunstancias:

En una discusión con otro peón, Cuero le dió una puñalada y tuvo que poneesr a salvo de la autoridad que se echó a buscarlo. Escondido en paraje seguro, envió a Martina un mensaje invitán- áola a escaparse con él, que iba—le decía— a refugiarse en los campos, en donde ambos podrían vivir a su antojo, libres y con- tentos. Ya se ha dicho, que de tiempo atrás, la muchacha no pensaba sino en esto. Además, estaba enamorada de Cuero, y por consiguiente aceptó su proposición sin vacilar.

IA) las doce de la noche, y siguiendo indicaciones transmitidas por Martina, Cruz Cuero llegó a las tapias que circundaban la huerta de la señora Sánchez. Aquella lo esperaba, trayendo consigo un atado con su ropa y otros efectos. Un poco por travesura, y otro poco por precaución, había cerrado con llave todas las puertas de la casa, y se llevaba las llaves.

Ella era la primera que se levantaba y despertaba a los de- más. (Como nadie lo haría al día siguiente, la familia se desper- taría más tarde que de costumbre y los prófugos tendrían más tiem- po para distanciarse.

¡Cuero se arrimó a las tapias, y Martina trepó sobre ellas, para dejarse caer sobre el caballo que aquél traía de tiro, y ya ensillado.

—¿Vamos?

— ¡Vamos!

La noche no era de luna, pero estaba «clara. Todo San Juan dormía, y la pareja pudo alejarse tranquilamente hacia las afueras.

Al vadear el río, Cuero que se había adelantado un tanto a Martina abriendo la marcha, oyó detrás de sí un ruido metálico. Se volvió alarmado y preguntó:

—¿Qué es eso?

—No te alarmes. Son las llaves que tiro al agua.