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MEMORIAS Y TRADICIONES 133

huésped. 'Sin embargo, las cosas se aclararon bien pronto. Colo- caba Teodora una mañana flores en el cuarto de aquel, — cuyo nombre era Carlos Tarragona, —cuando fué interrogada en tono a la vez tierno y deferente: —¿Sufre Ud. Teodora? la dijo Carlos observando que tenía los. ojos húmedos. — ¡Oh! sí señor..., respondió Teodora abandonándose a la confianza que Tarragona le inspiraba. —¿Y no podría remediar yo sus penas, siquiera en parte? —¿Usted? —Sí Teodora, yo. Y ya que Ud. ha sido franca conmigo, quie- ro serlo yo también con Vd. Hace tiempo a que observo y com- prendo sus padecimientos y sus humillaciones. Yo estoy en me- jor situación que otro cualquiera para darme cuenta de ellos, pues también yo sé lo que es ser huérfano, siéndolo yo mismo desde la infancia, Su desamparo de Ud., su belleza, su bondad, hasta sus propios sufrimientos, me han ido inclinando a Ud. día a día. ¿Y sabe Ud. lo que he pensado más de una vez?... Que si Ud. lo quisiera, podría ser mi esposa... Ante aquella declaración inesperada y deslumbrante, Teodo- ra quedó atónita. No sabía que contestar. Por último tartamudeó: - —«¿Yo esposa de Ud?... 'Supongo que no quiere burlarse de mí... —No, Teodora. Eso sería una acción indigna. Hablo en se- rio y le repito mi proposición: ¿Quiere Ud. ser mi esposa? Teodora no contestó sino llorando y reclinando su cabeza en el pecho de 'Carlos. Justamente en aquel instante una de las tías hizo irrupción en el cuarto, y se encontró ante tan expresivo cuadro. Tarragona sin inmutarse, la dijo: —Señora, lo que acaba Ud. de ver me ahorra mayores expli- caciones. Esta señorita y yo pensamos en casarnos... ¡La decepción yla cólera se pintaron en el rostro de la tía. —-¿¡Casarse Ud. con Teodora? ¿Y se contenta Ud. con eso? — ¡Oh! señora... “eso” es para mi la personificación de la dulzura, de la belleza y del sacrificio... Pareció que a la vieja señora le iba a dar un síncpoe de rabia. Dió media vuelta y se fué a poner al corriente de lo que ocurría al resto de la familia.

No hay para que describir el despecho que de la otra tía y de la prima se apoderó, cuando conocieron la noticia. Quisieron poner a Teodora en la calle inmediatamente, y a duras penas pudo conseguir Tarragona, que le acordaran tres días de plazo pa- ra encontrar domicilio. Sin pérdida de tiempo se dirigió a la Cu- ria, y gracias a la buena voluntad de un sacerdote, a quien le ex- puso con franqueza y claridad el caso, pudo contraer enlace con Teodora y encontrar alojamiento para ambos, dentro de los tres dlías que las furiosas tías le habían concedido. Poco tiempo des- pués, los recién casados se ausentaban con rumbo a Buenos Aires, úe donde Carlos era nativo, y donde debía entrar en posesión de una herencia. Regresaban a San Juan, después de dos años de permanencia en aquella ciudad, cuando acaeció la aterradora tra- gedia en cuyo epílogo le había tocado intervenir a Juan Chapanay, como salvador de Teodora. .

Los ladrones de caminos ejercían su siniestra industria casi impunemente por aquellos tiempos. Las grandes distancias que separaban entre sí a los centros poblados, lo primitivo de los me-