cuela escénica que entonces imperaba. Y reaparece también el escritor romántico, el escritor de su época que fué de exaltado romanticismo en Francia, en España y por repercusión en América. Aquel Reynal pálido y desesperado, que atraviesa la existencia perseguido por una fatalidad implacable, no es único en la obra de Echagüe ni en la de los demás escritores de su tiempo. Es un tipo representativo, y por decirlo así, climatérico, del momento. Como él fueron por entonces los héroes, tanto de la realidad como de la novela. Como él fueron los proscriptos. Como él es el protagonista de una comedia de Echagüe "Amor y Virtud" que no ha sido todavía reeditada y que, por mi parte, estimo como la mejor de las suyas. Y este persistente revivir de un personaje de idéntica contextura moral en la literatura de nuestro autor, comprueba la importancia psicológica y documentaria (ambas consecuencias de la artística) que la misma envuelve. No será posible estudiar en el futuro las influencias que ejerció la escuela romántica sobre los actos y sobre las letras de la generación de 1830, sin tomar en cuenta en primer término la vida y las producciones de D. Pedro Echagüe.
Plenas de substancia artística pensante y humana, se revelan ahora una y otras a los ojos de la posteridad. Quien así trabajó y así penó para morir en el olvido ¿cómo no había de "emprender la ausencia sin término" desencantado y triste? Pero él tuvo razón después de todo. Los hechos están demostrando — y este libro es una prueba de ello — que, como él lo dijo, "la tierra tiene a media vara de profundidad, una superficie de igualdad desde la que suelen reaparecer los nombres de aquellos que, en su tránsito por el mundo, alcanzaron menos de lo que merecieron"...
Buenos Aires, junio de 1922.