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MEMORIAS Y TRADICIONES 123

catedral de San Juán. En efecto: ni un solo instante se había sepa- rado de su lado mi amigo, durante aquella larga vía crucis que los llevó a ambos al suplicio, cumpliendo sin duda algún juramento que le hiciera a su amada a la hora de partir. Sólo entonces com- prendí también, a las claras, porqué Leonardo se había absteni- do s= seguir a La Madrid en vez de quedarse en Tucumán como yo le aconsejara. Era que no quería abandonar al hermano de su novia designado para marchar a Cuyo.

La existencia entera de Leonardo fué, pues, una inmolación: por el amor, por la amistad y por la patria...


¡Cuarenta y siete años han corrido ya desde el día en que Leonardo se ciñó la espada. Cuarenta y cuatro desde su muerte hasta el presente. Sobre la historia y sobre los nombres de nues- tros héroes, dignos hijos de la generación de Mayo, el olvido va echando a gran prisa su negro manto. Y sin embargo, el recuer- do de aquella generación-tipo, que encarnó el patriotismo, el va- lor, la generosidad, el idealismo, y que sucumbió en el sacrificio, debería conservarse siquiera como un ejemplo para el porvenir.

De la anarquía nació nuestro tirano. Para salvar la libertad se necesitaba una acción, una protesta, un sacrificio. Trescientos jóvenes, algunos de ellos imberbes todavía, aplazaron sus espe- Tanzas, acallaron sus amores, se arrancaron al hogar y recogien- do la ultrajada bandera de sus mayores dieron sus vidas para purificarla y redimirla. Eso hicieron “Los Mayos”.

Y la patria ¿qué ha hecho por ellos? ¡Nada! Sobre los so brevivientes de aquella singular falange, se abate ya la vejez. Y sus últimos días transcurren amargos y acongojados, bajo el pe- so de la ingratitud de sus conciudadanos, agravada todavía por la angustiosa pobreza de sus hogares.

Para los jefes, oficiales y tropa de los ejércitos que comba- tieron en la guerra contra el Dictador del Paraguay, sobraron recompensas y medallas. Para los voluntarios afiliados al servi- cio de la libertad y en resistencia del tirano, no ha habido na- da! Y si algo hay... ¡Sépase de una vez! es el olvido.

En el sitio en que Marco ¡Alvellaneda fuera asesinado, no €xis- tió hasta hace poco sino una cruz de leña. ¿Para qué más? El infortunado Acha no mereció ni eso siquiera. Quien transite por el campo en que fueron desparramados sus huesos, no hallará en él ni siquiera un triste signo que le diga a su piedad OS por un mártir”.

Mas es cosa averiguada: el premio inmediato de la o, mnimidad, suele ser la ingratitud o el agravio. Colón, encadena- do, Sócrates envenenado, Temistocles desterrado lo atestiguan .. Pero “la inmortalidad—dice Dumas—naturaliza las grandes ac- ciones en provecho del universo”; y día vendrá en que la liber- tad, por la excelencia de su propio espíritu, arrancará del polvo de las tumbas el nombre de esos patriotas, agobiados ahora ba- jo el peso de la indiferencia y el olvido.

ACLARACION A fin de evitar malentendidos, detcllramos que no fué sola-

mente en las filas de la Legión de Mayo en las que revistaron los jóvenes distinguidos que tanto lustre dieron a los ejércitos Ten