Página:Echague Memorias tradiciones.djvu/110

Esta página no ha sido corregida

110 PEDRO ECHA

mitad de la plaza al señor Rufino. Al saber la noticia doña Anto- lina Robledo, esposa del ya citado don Vicente Lima, en cuya casa acababa de ser alojado el general, acudió afiigida ante él a suplicarle por el condenado, cuya ejecución debía llevarse a cabo con el aparato usual en tales casos. Acha se dejó conmover por las imploraciones de la señora, que debía en breve convertirse en madre política del reo, y le acordó su perdón. Los Gemás remisos escarmentaron con solo este amago, y no tardaron en venir al campamento caballos en abundancia.

Y he aquí otro rasgo de ¡Akha: La familia del general Bena- vídez habitaba una casa contigua a la de la familia Lima, en la que él mismo hallábase alojado. Un inmenso terror se había apoderado de la señora de Benavídez que se creía en peligro en su propia casa, y se resistía a permitir que ninguno de los suyos se dejase ver fuera de ella. A! pedido también de la señora de Lima, el general Acha no tuvo inconveniente en autorizar la apertura de ur portillo en la pared divisoria de las dos propie- dades, a fin de que la familia Benavídez, tuviese comunicación con la calle, por la misma puerta de la casa en que él vivía.

Cuando en la fatal noche del miérocles, posterior al domingo en que había tenido lugar la sangrienta batalla de Angac en- traba nucvamente Acha en la plaza de San Juan, su primer cuidado fué instalar cuatro can'o1es en los ángulos extremos de la plaza. Creyendo Benavídez que la estrechez a que había quedado redu- cido el genera] Acha, era tan extrema que no le dejaba más ca- mino que rendirse, tuvo la ocurrencia de introducirse en la ciu- dad, y llegar a su casa absolutamente solo, dos horas después de haberse situado Acha en la plaza. Es fama que los dos hombres debieron encontrarse allí frente a frente. En busca de Ciriaco La Madrid, Acha, penetró por el antedicho portillo en casa de Benavídez cuando éste se hallaba allí. Prevenido a tiempo por su esposa, Benavídez pudo escapar.

¡El león no huye de la pantera, cuya ferocidad fía mucho a la traición. ¡Cuando el primero espera, la segunda no avanza; cuando el primero avanza, la segunda se retira. Benavídez era un valiente a toda prueba y para una lucha singular con Acha, contaba con el poder de sus membrudos brazos. Pero a la fuerza hercúlea de Benavídez, hubiérase opuesto la fuerza hercúlea de Acha. ¡Con el sable o les puños del antiguo arriero, habrían po- dido medirse sin mengua la espada y los puños del capitán ague- rrido, a quien nadie superó jamás en el manejo de la lanza. De haberse realizado, aquel encuentro, hubiera cambiado tal vez el curso de la historia.

Acompañado de tres o cuatro oficiales, entre los que se en- contraban mi amizo Leonardo Bello y Rafael Martínez, el general Acha se situó en lo alto de la torre de la Catedral de San Juan. En la bota calle de donde arranca hoy la calle Sarmiento, había sido colorada la piecita volante destacada por él al dispersar las fuerzas que se le interpusieron en su tránsito a la ciudad. Sobre la esquina, a la derecha, Ciriaco La Madrid vuelto al fin a los brazos de su general, comandaba un cantón.

Desvués de surtir a un número determinado de casas, Bena- vídez cortó el aguá al resto de la ciudad, abriendo así sus opera- ciones de sitiador. Acha, entretanto, decidido a la resistencia, organizaba su reducida línea de defensa. En Angaco había he- cho pelear a sus soldados uno contra seis; ahora eran solo 70