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MEM*“RIAS Y TRADICIONES 109 ñón colocado a su frente llovieron sobre su exigua tropa. Pero a cada uno de sus soldados que caía, la tenacidad y el coraje de los demás se acrecentaban. Tanta energía y tanto arrojo, rom- bieron al fin la valla, y Acha pudo penetrar en la ciudad. Allí fué nerido entre muchos valientes el joven oficial Máximo Viera, reliquia viva al presente de aquellos tiempos y de aquellos he- chos (1).

En la ciudad, entre tanto, el resultado del terrible aconte- cimiento de aquel día era interpretado, no sólo como adverso para las armas de la vanguardia del ejército protector, sino como abso- lutamente decisivo en su contra. Fué por ello que un tal Ma- yorga, de nombre José María, hijo de Chile, que de charlatán e histrión había pasado a figurar en las filas de Benavídez en clase

de capitán, reunió unos cuantos gauchos rezagados, y con ellos Tecor las calles centrales ordenando se colocaran luminarias en celebración del triunfo de Benavídez.

Dirigíase el comedido capital por la cayye hoy Mendoza, hacia el sud, cuando oyó Jos sones de una banda militar (2). El entusiasmo subió de unto en su comitiva. Aquella música debía anunciar la entrada triunfal de Benavídez. Se adelantó Mayorga hacia la columna que avanzaba y gritó:

—“"¡Mueran los salvajes unitarios!”

Acha—pues eran él y su tropa los que venían—distinguió la luz de un farol, al centro del grupo, a su frente. Se adelantó hacia ella y levantó en los aires con su lanza al hombre que la conducía. El hombre era Mayorga.

Así que el genera] Acha ocupó la plaza en su primer arribo a la capital de la provincia, dedicó todo su anhelo a la recolec- ción de caballos; tanto para montar su división que llegaba casi a pie, como para remitir inmediatamente el mayor número de elios que pudiera conseguir, al cuerpo principal de ejército, inhabilitado casi para adelantar sus marchas. Con este objeto se ha convenido entre Acha y La Madrid el desprendimiento de la vanguardia que aquel mandaba, y por eso se haliaban separada por tanta distancia las fuerzas de ambos generales.

Benavídez había ordenado oportunamente el alejamiento de las cabalgaduras que se hallasen en los departamentos y subut- bios de la ciudad; pero esta disposición no fué observada con rigor, y el general Alicha se impuso de la existencia de varios depósitos de caballos que alcanzarían en parte para su división. Entre los propietarios de esos depósitos, figuraba un señor Lean-

ro Rufino, que cometió la imprudencia de resistirse a la re- quisa que de sus animales se le hiciera, no obstante habérsele explicado la crítica situación en que se hallaban las dos frac- ciones del ejército protector. Su negativa determinó una me- dida ejemplar y terrible: el general Acha ordenó se fusilara en





(1) _ El joven Viera, capitán de la compañía de fusileros, asumió el mando de los infantes con que se efectuó el traslado a la dad, por ausencia (en comisión) del capitán Benito Martínez. A veinte y cinco pasos antes de llegar al puente del Topón, Viera y sus bravos recibieron un disparo a metralla que motivó 28 bajas, saltando el resto de sus in- fantes al agua del acequión en procura de los artilleros que soportayon toda clase de muerte, mientras la tropa montada huía en dirección a los campos. Dentro del agua que se escurría debajo del puente, acabó ku vida el joven ciudadano José Bernales, sangrando en cien parte por las bayonetas enemigas.

(2) Esta banda constaba de pitos, cornetas y tambores. El personal principal de la música había quedado prisionero.