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MEMORIAS Y TRADICIONES 107

bandera perteneciente a nuestra división, que los enemigos ha- bían arrebatado en los entreveros de aquella sangrienta batalla, rematada al fin con un espléndido triunfo para las armas liber- tadoras.

¡El sol de aquel día se puso saludado por las dianas con que los vencedores alborozaban el campo conquistado. Tan grande era el número de los prisioneros, y tan reducido el de los victo- riosos, que los últimos no pudieron entregarse al descanso des- Pués de tan ruda jornada, a fin de vigilar a los primeros.

La venenosa fiebre que se produce en los combatientes, cuan- do la pelea llega al cuerpo a cuerpo, había sido aplacada por el pavor en las acorbadadas filas del ejército tri-provinciano cuyos caudillejos no habían sido los últimos en darse a la fuga.

Acha había hecho pelear a sus soldados a razón de uno por cada seis contrarios. Había ordenado como general, y comba- tido individualmente contra tres generales gobernadores: Bena- vídeziAldao-Lucero. Bajo la diabólica bandera desplegada por éstos cabía todo; allí estuyo representada la apostasía de la fe, la condenación de los principios y la barbarie en pugna con la civilización. Laboriosos artesanos arrebatados a su hogar tran- quilo, formaban al lado de infantes presidiarios y salteadores de

caminos. Para que nada faltase, las chuzas de los indios pampas alternaban con las lanzas de la caballería regular.

De los cuatrocientos cincuenta hombres que componían nues-

tra división; sólo revistaron al día siguiente de aquel combate doscientos ochenta. Entre muertos y heridos faltábannos ciento setenta. Ej enemigo abandonó el campo sembrado de cadáveres. Y para que todo fuera extraordinario en los hechos de aquel día, cupo en ellos hasta la mentira sacrílega. En efecto, el general Benavídez, que había desaparecido del campo de batalla en las primeras horas del combate, en persecución harto larga y preci- pitada, de los restos de un escuadrón nuestro que huía en derrota, según se dijo, se dirigió a la ciudad, y ordenó que se cantase un Te-Deum en acción de gracias al Todopoderoso, por haber resul- tado triunfantes “las armas federales”, en una batalla de la que él no vió más que el principio.

Veinte y cuatro horas después, el vencedor de Angaco entra- ba en la ciudad. Situó su Cuartel General en el departamento de la Trinidad, en la misma finca en que acampara anteriormente;

dió descanso a su tropa y puse la caballada en buen pasto.

Se le ha reprochado al general Aicha que después de su triun- fo eligiera como carhpamento el local indicado. A nuestro juicio, este reproche no tiene valor. En cualquier otro. sitio que hu- biera acampado, su suerte hubiera sido la misma. Porque fué la suerte, según muestran los hechos, la que decidió de su destino.

La división vencedora se daba al descanso de la siesta al segundo día de ja batalla (1), cuando repentinamente la confu- sión se produjo en todo el campo. Era que el enemigo se pre- sentaba por sorpresa. Sucedió que el general Benavídez, que antes del combate señalara a sus soldados un punto de reunión en caso úe derrota, había reorganizado los dispersos. Además había venido a agregársele un fuerte contingente de tropas que llegaba a marchas forzadas de Mendoza, bajo el mando de un coronel Ramí-


(1) Un tniente de apellido Salcedo que se hallaba con su guardia avanzada sobre el mismo camino que traía el enemigo, fué sorprendido y pesado a cuchillo con todos sus soldados.