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MEMORIAS Y TRADICIONES 105

Bello había escuchado con impasible atención mi desborde oratorio. 'Se quedó un momento silencioso y pensativo. Luego me abrazó, y sin replicar, me dijo adiós. Un adiós que debía ser el último; salvo el caso de que la inmortalidad burie ese insondable abismo que se llama eternidad.

El 16 de agosto de 1841, a las siete de la mañana, la van- guardia del ejército expedicionario a las pro trasladaba desde la Chacarilla, finca inmediata a la capital de San Juan, al campo situado al norte de Angaco.

El generaj Acha,: que comandaba esta brava y escogida di- visión, compuesta de cuatrocientos cincuenta hombres de las tres armas, había tenido conccimiento de las rápidas marchas con que el ejército contrario trataba de darle alcance, contando sin duda con la posibilidad de un completo triunfo sobre fuerzas al parecer insuficientes para resistir el choque de tres mil hem- bres. La permanencia del general Acha, cerca de la capital, fué apenas suficienteg para llevar a cabo los más indispensables re- paros en bien de la tropa y sus pertrechos de guerra. Por otra parte, había hallado una ciudad casí acéfala, y los recursos que precisaba no era posible adquirirlos en el aislamiento. Removida que fué la división con toda la presteza posible, alcanzó hasta el campo denominado la Punta de, Monte, punto desde el cual fué destacado el intrépido coronel Crisóstomo Alvarez, a practicar con su legión un reconocimiento sobre las fuerzas enemigas, bien inmediatas ya a las nuestras; pero rechazado por la infantería, dispuso el general Acha que nuestra división, en marcha redo- blada hasta ese instante, hiciera alto y se tendiera en línea de batalla, dejando a la espalda la gran acequia gue riega aquel campo. Acto continuo se desplegó en guerrila la compañía de cazadores, que hubo de replegarse luego a la línea, reemplazada por otra de fusileros, la cual a su vez recibió la misma orden, a causa de la proximidad en que, colocado y2 el enemigo, ame- nazaba nuestro frente y flanco.

El carácter del ataque que se traía, demandaba la colocación de nuestras fuerzas en más segura posición. El general ordenó pues, repasar la gran acequía, a retaguardia de la cual organizó de nuevo su línea, dándole la forma angular que trazaba la dicha acequía. La infantería presentaba su frente al norte y la caba- llería el suyo al nordeste, favorecida por un terreno a pro: pósito para el despunte de nuestros escuadrones al cargar O al replegarse. A corta distancia de aquel terreno había un rancho abandonado, cuyo techo sirvió al principio de mirador, desde el cual observaba el general con su anteojo, los movimientos del enemigo; pero habiendo avanzado éste con tal rapidez que obli- gara al general a tomar la actitud ya indicada, el rancho fué abandonado y las hayonetas enemigs vinieron por tres veces a eruzarse con las de nuestros soldados, apenas separados de las filas contrarias por la corriente de sangre en que al cabo resultó convertida el agua del acequión. El general ¡Acha ordenaba y arremetía. Había embrazado la lanza y precedía en persona las cargas, allí donde el indomable Crisóstomo pudiera ser insu- ficiente o el temerario exgobernador de Córdoba, doctor Fran- cizco Alvarez, demandase auxilio para su brava legión, en aprieto