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104 PEDRO ECHAGUE

propósito para tan seria, complicada y desigual contienda. Fi- gura descollante de los famosos días en que sobre el bridón de nuestras llanuras trepaba las cordiileras holivianas, o descendía a los llanos, rápido como una exalación, llevando en la punta de su lanza la muerte y el terror; ha dejado ya muy atrás la época de sus hazañas. Faito de serenidad en su juventud, no ha sabido adquirirla en su vejez cansada. Acaso hasta bajo la losa del sepulcro, el corazón de este hombre, que es puro, llegaría a pal- pitar como a un contacto galvánico, si supiera que la patria está en desgracia o la libertad perdida. Pero, lo repito, como com- hatiente no es más que un temerario. Convertido en una verda- dera furia sobre la arena de los. combates, siente erizársele el cabello como el león embravecido de melena; el raciocinio queda en él entonces como depuesto, la sangre se tresluce hi: ate por sus ojos, y a la manera del torrente que bajando de lo alto, arre- bata a su tránsito lo que le estorba, o quiebra en mil raudales sus aguas resistidas por la mole de granito, así tamb Madrid se desborda, cae, choca, arrasa, remolinea eonio ua hu- racán en medio de la pelea; pero como el furor estrelia siempre contra el peligro, pagando también con su sangre sus desesperados arrojos, Para hazañas. Ce Esta ha- turaleza c(+ént: úeidades mitológicos hicieron i rable al soberbio lAquil-< Pero el Dios de los cristianos no se ha dignado dispensar, que yo sepa, esa favor a] primer guerri- llero americano. Xl catálogo de los contrastes, triunfos, entre- veros y acciones importante de guerra en que La Madrid ha águ- rado, está escrito sobre toda la superície de su cuerpo, especie de mosaico donde figuran las distintas cicatrices operadas por el sable, la lanza, el fusil, ja metralla, el cuchillo y los lives. ¿Quie- res acabar de conocer a La Madrid? Pues bien, Leonardo, vuelve la vista hacia su hogar; ese hombre, esa especie de tempestad cuando batalla, está allí con las lágrimas en los ojos, dominado por el sentimiento que le inspiran los dolores de su tierzo hijo enfermo... Míralo después: siembra como Cincinato; ha tirado la espada la empuñado la mansera y canta como Miseno:














No cambiará el jornalero Su pobre y rudo azadón Por la pompa y vanidad Del opulento señor.

¿Lo desconoces, Leonardo? Pues, mal haces; es el mismo La Madrid. ¡Ayer perdió una batalla y ahora canta y trabaja. Sus hijos comerán el pan regado por el sudor de su rostro, y mañena irá en persona a llevar al soldado inválido la camisa arrancada de su propio cuerpo para que no sienta el frío en las heridas. El león de ayer es ahora cordero, la paloma, la esencia de la sensibilidad. No sabe murmurar; está conforme como un usulmán, e irá luego al templo como buen cristiano a rogar a Dios por los muertos y hacer oración por sí propio. La Madrid posee todos los nobles sentimientos: es buen padre, es buen amigo, es buen esposo, es generoso, es desinteresado. Su am- bición será siempre excitada por la gloria, y la gloria para él es un paraíso a donde nunca se aproxima sin un buen caudal de delirios. La Madrid, en fin, es todo amecr, y fuera del “cuarto de hora'” en que como la fiera con quien queda comparado, está lejos de sí propio, este hombre es un modelo de virtudes. Pero carece de cabeza...