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MEMORIAS Y TRADICIONES 103

do de antemano, por la comisión directiva de la-guerra existente en Montevideo, comandante en jefe de todas las fuerzas que ope- raban en la icampaña contra el tirano.

Don Francisco B. Madero fué el ciudadano elegido por unani- midad de votos 'para ofrecerle los servicios de aquel contingente que constituiría luego, en su mayor parte, el famoso escuadrón de Mayo.


Todos estos recuerdos evocados por Leonardo mientras vagá- bamos por las calles de la ciudad dormida, me trajeron al espí- ritu no se qué funesto presentimiento... Quise hacerlo desistir de su propósito de seguir al general La Madrid. Le aconsejé que siguiera en otras filas su cruzada contra el tirano.

—Tú sabes—le repetía—que Avellaneda no ha de concretar la acción de su gobierno solo a mantener la confianza y la se- guridad de la provincia. Ha de crear nuevos defensores para el país; y a espaláa del ejército en marcha, Tucumén ha de ser convertido por él en centinela del tirano. Aquí van a precisarse brazos; hay necesidad de hombres aptos ¡para constituir el nuevo núcleo que sostendrá las combinaciones de este joven a quien considero una esperanza para la patria. Y si tu quieres...

—¿Qué?

—Yo le veré y le hablaré de tí. Estoy seguro de ser bien acogido. Te quedarás a sus órdenes. Y si yo paso en comisión a Salta según el mismo Avellaneda me lo ha indicado, al menos estaremos Cerca, podremos escribirnos y sabremos el uno del otro con frecuencia,

— Imposible, amigo—profirió Leonardo, triste y resignado.— Me he comprometido y debo seguir la huella de] último de los compañeros que conmigo se embarcaron en el Tuyú.

Una duda me asadtó: ¿No habría, además, otra causa que hiciera tan irrevocable la resolución de Leonardo?

El tiempo corrió y me trajo al fin al convencimiento de que mi Guda de aquella noche fué justificada. Por el momento, no me di por vencido. La memoria de los fatídicos sueños de Leo- bardo me perseguía, y buscando argumento con que torcer su propósito de marcha, añadí todavía:

—Mira, Leonardo; la resignación fría, la que se divorcia de la fortaleza y la esperanza, acaba por conducir nuestro ánimo al sometimiento de los cobardes... y ¿me perdonas? casi te juz- go en vía de tanto mal. La ¡Madrid es sin duda un valiente; pero como militar no es más que un valiente admirable. Como particular ya es otra cosa; y quiero que lo conozcas por ambas faces. Hállase ya en marcha a las provincias de Cuyo. Lleva un bonito y entusiasta ejército, cuenta con el concurso del gene- ral Acha y otros tantos bravos jefes de instrucción y de aplomc; pero es éi, es La Madrid el que dirige esta expedición, y esta ex- pedición ha de ser una larga “correría de vidalitas”. Un cor- neta, un tambor tomado al enemigo, ha de ser motivo para que se detenga todo el ejército a celebrar el hecho bailando “gatos” con relación. Piensas acaso que soy temerario en mis juicios... Sin embargo, no exagero. ¿Tengo yo acaso popularidad, ni tono, ni edad, ni representación, ni crédito de jefe superior, para que algunas veces me haga concurrir a media noche, por medio de su ayudante, el capitán Matías Rivero, a la puerta de los cuar- teles, a fin de que en su nombre arengue a la tropa? No al nardo; don Gregorio Aráoz de La Madrid no es el na