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102 PEDRO ECIAGUE

tijas por el estilo, y se echó a andar por los suburbios de la ciu- dad, adelantando a veces, a pie, hasta San José de Flores o hasta Barracas. A los seis meses, el viejo cajón de una mesa que le había servido de almacén portátil, fué reemplazado por otros dos de forma adecuada, cubiertos de vidrieras y conducidos a lomo de caballo. El buen resultado del ensayo avivó sus aspiraciones, y para ampliar su clientela extendió sus excursiones hasta Morón, más tarde a Merlo, después a San Vicente, y por último a las más importantes villas de la campaña sud de Buenos (Aires. Así que hubo adquirido algunas relaciones en los ricos centros rura- les, adonde últimamente sentó plaza como buhonero y agente de comisiones, emprendió el acopio de peletería, hecho en mayor proporción en trato con las tribus mansas, a las cuales el “Res- taurador” les permitía de vez en cuando hacer “nutriadas”. Dos años después, unos señores Ezeiza, ricos hacendados del sud, notaron el tesón con que mi amigo se daba al trabajo, y se pren- daron de sus cualidades. Le tomaron como socio en especula- ciones de mayor importancia; por manera que antes de cuatro años de vida comercial, contados desde el día en que se afiliara bajo las banderas de Mercurio expendiendo baratijas y lienzo, Bello era ya representante de una casa que giraba con trescientos mil pesos (papel moneda dr entonces). Pero el malogrado movi- miento revolucionario contr el absolutismo de Rosas, vino a destruir las esperanzas y el porvenir de Leonardo.

¡Aquel movimiento fué sostenido por los hombres de más im- portancia de la campaña del sud. En él estaban comprometidos los protectores de nuestro amigo, y aun cuando éste parecía tem- plado en sus pasiones, abrigaba no obstante, bajo su exterioridad helada, un corazón de fuego impresionable al eco de todo acon- tecimiento que enalteciese la justicia o tendiera a restablecer el derecho ultrajado. Se afilió, pues, a la causa de la libertad y de la moral, por aquel tiempo tan escarnecidas.

Se levantaba pendón contra el tirano, que aprovechándose de la postración en que una anarquía de largos años había su- mido a la República, teníala entonces sojuzgada. El triunfo so- bre Resas hubiera podido reponer a los pueblos en su dignidad. Leonardo obedeció a las calidades esenciales de su carácter y tomó partido contra el opresor. Inmiscuido en la revolución, Bello se convirtió en orador. El entusiasmo por la causa que colocaba en sus manos la espada, lo fué comprometiendo más y más en la generosa empresa. Pero, ¡ay! esta no llegó a triun- far, y quedó ahogada en sangre una revolución que, llevada a su término, hubiera ahorrado a la República martirios, sacrificios, ruinas y oprobios sin cuento.

Corrió por entonces la versión de que un jefe de apellido Granada, a servicio del ejército que comandaba don Prudencio Rosas, fué causa de la derrota sufrida por los revolucionarios en la batalla que inoportunamente tuvieron éstos que librar en el campo cercano a la laguna de Chascomús. Más tarde, el jefe aquel ensayó justificarse de tal acusación.

Al punto en que el general don Juan Apóstol Martínez, arri- bado con una flotilla al puerto de Tuyú, trataba de efectuar un desembarco, los restos del ejército derrotado se lanzaban a las mismas embarcaciones en procura de amparo. La misión enco- mendada a dicho general quedaba sin efecto en consecuencia del contraste, y la flotilla zarpó de nuevo en dirección a la Colonia del Sacramento, llevando a su bordo unos trescientos ciudadanos que se pusieron luego a las órdenes del general Lavalle, nombra-