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ORJAS Y TRADICIONES



El suelo en que se proclamó nuestra. Indenendencia, volvía pues a ser el teatro de grandes acciones. Las puertas se abrieron para todo el mundo. En la rameda del asalariado, como en el taller del artesano, el hospedaje se consideraba un deber. El ejemplo venía de arriba. Las familias de fortuna así como las de mediana posición rivalizaban en entusiasmo para albergar a los huéspedes armados. Como lo quiere el precepto cristiano, alli “se vestía al desnudo y se le daba de comer al hambriento”. Se franqueaba el bolsillo al necesitado, y cada habitante quería participar de las pen s de los soldados, procurando, no 0s- tanto, fomentar el entusiasmo entre ellos.

Tucumán, por entonces, remedaba en la República el cora- zón y el cerebro sano de un cuerpo enfermo. Ailí estaba el nú- cleo ardiente del amor por la paíria, allí la vitalidad expansiva que comunicaba a los extremos la energía de que carecían los pueblos fagelados por el látigo de los caudillos y el cuchillo ensangrentado del “Restaurador de las Leyes” (1).

Alií nos encontramos de nuevo con Leonardo. Permaneci- mos eú Tuenmán durante el mismo período de tiempo, y nos vi- mos Casi a diario, a pesar de hallarse nuestros alojamientos se- parados vor larea distancia. ¡Si los juegos de la niñez nos ha- bían unido, los ideales de la juventur a cuyo servicio combatía- mos ambos, nos vincularon más todavía.

El 23 de mayo de 1841, el ejército que a costa de rudos afanes, había sido puesto en cuatro meses, en excelente estado de disciplina, entusiasmo, equipo y armamento, emprendió su mar- cha en dirección a las provincias de Cuyo, bajo el poco favorable auspicio de un cielo entoldado por la tormenta, siguiendo una huella llena de lodazales. y

Dos o tres noches antes, me retiraba de casa del doctor co Avellaneda, ya gobernador de la provincia, cuando repentina- mente, al dar vuelta una esquina, tropecé con otro individuo. La noche estaba oscura y gruesas gotas empezaban a despren- derse de una atmósftra densa en que hacía rato lucían los relám- pagos. Reconocí, sin embargo, al que me obstruía el paso. Era Bello. Treía debajo del brazo un atadito. Prezumí que este for- mara parte de sus prevarativos para la marcha, y le pregunté:

—¿Te has resuelto a marchar con el general La Madrid a las provincias de Cuyo?

—Si—me contestó.—Te confieso que me ha costado tomar esta decisión. Pero he vencido los impulsos de resistencia que siento en mi corazón, y puesto que el deber y la conveniencia me mandan emprender esta campaña, la emprenderé.

'Tomados del brazo, caminamos largo tiempo con mi amigo bajo el cielo tormentoso. Y en el fraternal abandono de nues- tra vieja amistad, rememoramos el pasado.

Pocos días después de aquella noche del 35, de que al cc- menzar estos apuntes Hhicimos mención, Leonaráo. que poseía unos cuatrocientos pesos (papel moneda) adquiridos a precio de la nm: estricta economía, resolvió ¡iniciarse en el comer- cio. Sé proveyó de algunas varas de Jienzo, agujas, hilos, de- dales, abanicos ordinarios, broches cintas, naipes y ctras b2ra-










(1) Obsérvese que aquí sólo se alude a lo que ocurría. dentro de la República. Montevideo, desde antes, por acción de los hombres “e prin- cipios y los esfuerzos de la emigración argentina, había desempeñado el mismo rol.