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buscada por el creyente, lo que sugiere una vinculación con la primera de las modalidades contempladas:

Estaba santa Pelenia
en la puerta de su casa;
la Virgen pasó y le dijo:
¿Qué haces, Pelenia de mi alma?

Aquí estoy, Señora mía,
no duermo sino que velo,
que por un dolor de muelas
dormir yo no puedo.

La Virgen le dijo:
Toca este Niño reluciente,
que por la gracia de Dios
ando trayendo en mi vientre,
y nunca más te dolerán
ni las muelas ni los dientes.

Este amplio y fundamental cuadro divisorio se lleva a la práctica tanto en las pertinentes ocasiones privadas, de acuerdo con costumbres familiares; como en actos públicos, entre los que resaltan los velorios de adultos, las novenas y las procesiones. En ambas circunstancias, la calidad de los textos y la exteriorización funcional de ellos, conducen a quien les emplea a una franca y directa actitud de conversación con el ser superior invocado, peculiaridad estilística distintiva del género, apreciable no sólo en las oraciones recitadas, sin duda las más abundantes, sino también en las cantadas, descollando las ya parcialmente traseritas Alabanzas y las Salves y Avemarías chilotas.

La dispersión de este fenómeno folklórico, abarca la totalidad del territorio, demostrando su frecuencia de uso poderosa vigentes en aquellos lugares donde la corriente hispanizadora penetró honda y definitivamente, vale decir la extensa región que comienza en Coquimbo y llega a Concepción a la cual se suma la provincia de Chiloé, riquísimo venero de bien mantenidas prácticas religiosas tradicionales.

Dicha subsistencia, presuntamente señal de una continuidad inmediata, significa una valiosa fuente oral de información para los estudios de la historia del catolicismo y de la literatura en Chile, por cuanto sus orígenes americanos se basan en elementos escritos - toda clase de devocionarios - y no escritos, eminentemente