Verba y grafología soeces.
En aquella baja composición de la humanidad, en la cual no tienen cabida el salvaje, el menesteroso, el rudo y el hambriento, y que pulula en el arrabal, rumbea por las lineas férreas y merodea por los bosques y montañas, sin Dios ni ley, militan los "desperados", a quienes los yanquis colocan al margen de la sociedad. Con sus elementos afines pertenece a esa jerarquía de la colectividad que colinda con la delincuencia y cada día conquista mayores prosélitos. Cualquiera persona es susceptible de degenerar, envilecerse y pervertirse hasta ingresar, por derecho propio, a esa tribu que se domina la canalla, bien calificada por su inferior nivel moral. Es una casta despreciable y ruin de gente baja y de malos procederes, cuya grosería, indecencia, indignidad, deshonra y perversidad se miden preferentemente por manifestaciones folklóricas bien destacadas en costumbres, maneras, lenguaje, dichos y hasta una tradición de expresiones verbales y escritas.
Reseñadas en otro capítulo las manifestaciones musicales y poéticas debemos, aquí considerar las plásticas; y, en especial, esas que se podrían llamar "explosiones silenciosas", representadas en las inscripciones y dibujos callejeros. Si las ruinas de Pompeya demostraron que esas demasías se venían haciendo antes de nuestra Era, debemos asignarles tanto o más valor de humanidad que a los petroglifos y pictografías roqueñas, laborados con mayor trabajo, aunque con menos sinceridad y espontaneidad. El dibujo callejero nunca podrá interesar a nadie en unidades separadas y el sistema o procedimiento para valorizarlo folklóricamente depende de su agrupación en reproducciones gráficas.
Si se cuentan entre los habituales impulsos de la extraversión tanto los refranes como los dichos, los cantares y algún buen decir, no hay que desestimar los arranques