La humanidad americana que habita en el Perú y Bolivia - en lo que respecta al saber y al vivir populares - trafica con más elementos aborígenes que criollos o propiamente hispánicos y los ha difundido en los países vecinos hasta pronunciar, en porciones planetarias del Continente, un verdadero confusionismo, pudiendose situar por ahí muchas incognitas en referencia con los coeficientes aborigen y colonial.
La interdependencia es un hecho consumado y una misma especie, puede ser a la vez tan rabiosamente indígena, como criolla o como integrante de la alta cultura y del arte puro. Para unos y para otros, o aquí y allá, un elemento dado es tan folklorico (desde el momento que se mantiene, vive y circula entre gentes de filiación criolla), como etnologico (fuera del patrimonio del blanco) y como bien prestigiado en la línea del arte puro.
Situandose propiamente en Chile no llega a ser tarea de una sola generación descubrir o dilucidar ciertos tributos y ofrendas con que han favorecido a la raza las intromisiones de elementos quechuas conjugados con araucanos, si no más bien atacameños, aymaraes o diaguitas, o más veliches que moluches. Estas aportaciones son piezas honrosamente folkloricas que por derecho propio pueden exhibir filiación etnologica y que no se dejan apadrinar ni por el blanco ni por el indio.
El distintivo chileno es la infima proporción de estas especies incognitas, pero de alta alcurnia y la arrogancia y soberbia versatilidad del elemento criollo para adorar o quemar los idolos indígenas. De sus amos de otrora, los quechuas, aprovechó muy poco y lo que quiso; a los atacameños y diaguitas no los tomó en cuenta y de los araucanos se pirra de imitarles y remedarles las prácticas supersticiosas, de estimar sus guisados y prácticas culinarias, de robarle no pocos mitos; y, aunque no es capaz de imitarles sus trabajos metalurgicos en plata se aplica a plagiarle sus labores textiles. De arbitrariedad en arbitrariedad el chileno inculto ha recompuesto una parcialidad etnica "suigeneris", pero con