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Aconcagua a Concepción, la cepa auténtica del criollismo y acrisolado en buena parte de sus clases populares la "flor de la guasería". Representa la masa propiamente demográfica en que hay que efectuar los sondeos más profundos del patrimonio popular de la cultura y subrayar las huellas más frágiles e indeterminadas que puedan pre­cisar y caracterizar nuestra nacionalidad.

Mucho interés adquiere, entónces, en un país del Mundo Nuevo, la apreciación de sus materias folkloricas y las fuentes que las generaron o puedan calificarlas, a causa de la preconcebida ac­titud con que los moradores acojen y hacen uso y provecho de la tradición.

Es útil a este respecto recordar la idiosincracia del mun­do europeo como un conglomerado de paises mayores de edad, y ya estructurados en naciones que han olvidado todo lo que tienen de cel­tas, de godos, de normandos, de eslavos y de árabes y que se enorgullecen -en lo intelectual- de su filiación greco latina. Para Amé­rica el caso es bien distinto pues sus ingredientes etnicos figuran en ciertas regiones en puro estado aborígen, o bien mestizados o evolucionados en insondables gradaciones. De este modo, aquella exclusivista tendencia unificadora de Europa no consigue regir en el Mundo de Colón. No pueden relegarse, en este último, a la etnología todas las manifestaciones de los indios, porque no se sabe si algu­nas de éstas han pasado al elemento criollo y andan en circulación como propias especies folkloricas y aún susceptibles de ingresar al legado de la alta cultura y del arte puro, con simultánea exis­tencia en el actual y original medio, propiamente autoctono y pri­mitivo.

Si en Europa la mezcla, ya hecha, anuló los componentes, éstos últimos defienden su autonomía en América y dan nervio y ejem­plo a una proliferación inconsulta en que pueden convivir cuerpos distintos con una misma vida celular o bien idénticos seres animados cuyo régimen celular es diferente.