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ofreciendo el típico emblema del ramillete de claveles y albahacas. Esbozada en días coloniales esta original festividad tuvo su apogeo en la transición del siglo y desapareció al final de los dos primeros decenios, refugiándose en los hogares y desvirtuándose con aportes extranjeros.

En más favorables condiciones ha resistido la acción del tiempo la ceremonia - tan universal como la cristiandad - de la representación casera del pesebre ya referida en otro capitulo. Con una idéntica exaltación a la de los "nacimientos" de las casas coloniales del Nuevo Extremo sobrevivieron estos actos piadosos hasta bien entrado nuestro siglo. Buenos recuerdos dejaron, en el dominio privado, los de las modestas moradas del barrio de La Chimba, en Santiago o del Cerro de la Merced en Valparaíso. Entre aquellos organizados en público, se puede evocar la reconstitución del Protal de Belén en el templo de San Francisco, de Cauquenes (Maule), con gran repertorio de villancicos entonados por coros de niñas vestidas de blanco, acompañándose de guitarras y de las arpas portátiles que se apoyaban en las rodillas.

En todo caso el ceremonial de los actos navideños nunca llegó a obtener las imponentes proporciones observadas en la tradición mejicana que aún sobrevive con desfiles de carros alegóricos y de disfrazados, la representación de las pastorelas y la regocijada celebración de las "piñatas". Las escasas reviviscencias del fervor colonial atesoradas en suelo chileno se disgregan tanto en el extremo norte como en el archipiélago sureño, con subyacentes rituales: caóticos y desordenados en el desierto tórrido, pero esplendorosos en los hogares chilotes, en cuyas sencillas estancia parece haberse presentido la tradición alemana del árbol de Pascua, bien confundida con las particularidades hispánicas.

En referencia a los trastornos, ya consignados, en la mera exterioridad y las pompas y honores de las devociones