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y solemnes en el Coloniaje y con sobresalientes proporciones en la del Santo Sepulcro de Santiago y del pelícano de Quillota, para quedar reducidas en la Metrópoli a la de Corpus Christi; del Carmen y del Señor de Mayo.

Del rango más honorífico del folklore chileno hay que evocar la "Nochebuena en la Alameda", originalísima concentración santiaguina con ribetes de verbena, indicios de romería, asomos de "kermesse" y los contornos de feria. Celebrando la Navidad instalábanse por dos semanas las "ventas", comercios y tenduchos bajo la enramada del histórico paseo entres o cuatro filas de dos kilómetros de extensión. Mas bien que un mercado de improviso este ferial despliegue aseciaba en su significado la sacrosanta celebración de la natividad de Jesucristo con la más cautivadora alegoría del estío. Centenares de quioscos, casetas y "ramadones", expendiendo las comidas y bebidas propiamente vernáculas - en mesas servidas al aire libre -, exhibían, en la más típica promiscuidad, todo el arsenal y surtido de la artesanía de la fibra y de la arcilla. Exornando los toldos y los trasparentes cobertizos lucían verdaderos derroches de flores, guirnaldas y ramilletes, aún más realzados en la noche con las ringlas de chinescos farolillos. Diríase que el conjunto simulaba, en forma de exposición, un gigantesco y colectivo "nacimiento", en el cual participaban ricos y pobres saboreando los dorados frutos de la estación, los aromáticos refrescos y bebistrajos; y, procurándose las rústicas menudencias y primores destinados a engalanar los belenes caseros. Tenían buena parte en el tráfago de la fiesta los vendedores ambulantes