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el público tenía oportunidad de adquirirlas. En el resto del año eran compradas por partidas por comerciantes, que se clasificaban por el número de docenas que contenían, recibiendo la docena el nombre de cuelga (pues se les suspendía de un cordel que pasaba por sus asas). Aquellos comerciantes, que eran ambulantes, las exhibían en las estaciones de los ferrocarriles, muelles de los puertos, etc. Por las últimas partidas vendidas en el siglo pasado se pagaban $12 por la cuelga.

Fuera de las hermanas Gutierrez había otras ceramistas. Tránsito de Díaz, p.e., había sido empleada de las monjas clarisas y se dedico más tarde, al retirarse del monasterio, a confeccionar cerámica "en pardo", es decir, no quemada, la que era adquirida por las hermanas Gutierrez para terminarla, es decir, ellas la cocían y decoraban. Tratábase de teteras, cántaros, ollas, etc. de forma achatada. Una novicia que no alcanzó a profesor había aprendido sólo a pintar la cerámica, trabajo que enseñó a sus sobrinas, las hermanas Mercedes y Teresa Moya, quienes compraban cerámica a las