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más tarde volvió a encontrarse a orillas de un río, cuyas aguas bebió. Vio a un sapito, cuyas patas se habían enredado en una planta y que una gran culebra estaba por devorar. Tiró a ésta una gran piedra, que le aplastó la cabeza. Tomó en seguida al sapito y libró de su prisión. Este saltó y gritó:

- ¡Escarba, escarba!

Ella obedeció de nuevo la invitación, y encontró más huesos humanos, que juntó con los que ya tenía.

Llevando a éstos consigo, llegó a una laguna grande, en la que desembocaban varios ríos. Vió un pequeño venado tendido a orillas de uno de éstos, con varias flechas en su cuerpo, de que manaba sangre. Se le acercó, sacó las flechas con gran cuidado y lavó las heridas del animal. Este se alejó con una mirada profundamente agradecida, exclamando:

- ¡Escarba, escarba!

Por tercera vez lo hizo, y encontró más huesos: ahora sólo le faltaba el cráneo para que el esqueleto estuviera completo.

Se