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su cuerpo, que el mismo casi los consumía, por lo cual reventaban a veces las montañas y salían de ellas grandes chorros de ceniza y un humo muy negro, pero el Gran Espíritu no permitía que salieran ellos mismos. Solamente lograron escapar con las cenizas y las llamas algunos espíritus menos malignos, pero que también habían participado en la lucha: a ellos se les permitió salir, pero el Gran Espíritu se negó a recibirlos entre sus mocetones. Quedaron colgados en los aires y se les vé de noche, cuando brillan como luces por el fuego que tienen en sus cuerpos. Los llamamos estrellas.

Debido a que el Gran Espíritu no les permitió vivir con él, esos espíritus comenzaron a llorar. Lloraban día y noche, y sus lágrimas caían sobre las montañas y arrastraban las cenizas y las piedras, y así se formaron las tierras. Esas lágrimas, que nosotros llamamos lluvia, dieron orígen a los ríos, y éstos, a los lagos y mares.

Los espíritus malos, que se quedaron dentro de las montañas, son ahora los pillanes que hacen reventar los volcanes, de los que sale humo y fuego.

El