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meridional y por la guerra de siete siglos contra los moros.

También los escudos, en un principio personales, pasaron con el tiempo a ser hereditarios y los reyes los otorgaban por servicios prestados en la Reconquista o los acrecentaban con signos y figuras que recordaban sucesos relacionados con esas guerras.

De aquí que en la Heráldica española, por ejemplo, las cadenas en los blasones aluden a la batalla de la Navas de Tolosa, en 1212 y las apas de San Andrés en las borduras, a la famosa toma de Baeza, en 1227.

Las ciudades y villas ganada a los moros eran igualmente agraciadas por los reyes con escudos de armas que, a falta de propias, podían usar los vecinos fundadores. También ciertas comarcas y valles, como los de Baztan y Roncal. en Navarra, tenían blasones que adoptaban como propios las familias originarias de ellos. Generalmente, las armas se exhibían talladas en piedra en los frentes de las casas solariegas, torres, castillos, losas sepulcrales y capillas, en las banderas, libreas, anillos reposteros y otros utensilios y objetos ornamentales domésticos. También las usaban ciertos funcionarios para acreditar su firma en despachos oficiales.

Igual que en otros países, en España los reyes de armas tuvieron a su cargo, desde la Edad Medía, la interpretación y confirmación de los blasones. El oficio era hereditario y se perpetuó dentro de ciertas familias que llegaron a disponer de valiosos archivos, algunos de los cuales se conservan actualmente en la biblioteca Nacional de Madrid. Entre los reyes de armas españoles merece citarse Urbina, Mendoza, Hita, los Sazo y los Rújula. Estos últimos ejercieron su oficio durante seis generaciones, terminándolo D. José de Rújula, marqués de Giodoncha, al advenimiento de la República.

La literatura sobre heráldica en España es antigua, copiosa