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a STELLA se hacía olvidar, á veces, que era la de un calavera

—No es posible, mi hijo que...

Don Luis interrumpió 4 su mujer en sus alarmas.

—No insistas, hija; está resuelto que Emilio se dedique á la estancia de Puán, que necesita vigilancia y administración. Por otra parte, no va al destierro. La vida en el campo for- talecerá su naturaleza algo débil; y el trabajo hará de 6l un hombre.

Estas palabras pronunciadas en el tono mesurado y firme que Don Luis empleaba íínicamente en ciertas ocasiones, produjeron en todos una impresión indefinible, Su mujer lo miró y guardó silencio. Algo temía... no sabía qué.

—Por qué no buscas, Emilio, más bien, novia rica? Es más rápido y más lucrati- vo... preguntó al rato Ana María, hacien= do un gesto para el lado de Enrique y de Alberto.

—Enrique hará bien eu buscar su felicidad donde él crea hallarla, replicó la madre en tono sentencioso barajando el gesto.

—Ya ha puesto bien la puntería tu Benja- mín, mamá, pierde cuidado, dijo Isabel, con su voz rouca que daba á sus bromas algo de agresivo, las que no tenían la ligereza de vuelo de mariposa de las de su hermana.

—Si es para que nombre á Montero y Espi- nosa... le contestó Enrique fastidiado.