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—Mamá, me voy 4 la estancia otra vez, por algúa tiempo. He resuelto dejar los estu- dios y dedicarme al campo; así lo hemos convenido con papá

—No faltaba más! exclamó toda alterada la madre, para quien el alejamiento de ua hijo era una desgracia,

—Si mamá, lo haré. Papá ha consentido ya.

—Sin consultarme?... Qué vas á hacer sote- rrado en el campo, mi hijito?

—Voy á hacer mi gusto, mamá; á seguir mis inclinaciones y á trabajar.

La palabra trabajar, tan extraña entre ellos, provocó una risa en las hermanas, que se hizo general.

El muchacho contenía la rabia.

—Y quién te reemplazará cerca de tu pa- dre? insistió misia Carmen, preocupada,

—Hemos couvenido que nuestra querida Alex, continúe ya definivamente á su lado; el que gana con ello es papá.

—Lo que se saca eu el campo es embrute- cerse y ennegrecerse, dijo Alberto.

—Y adquirir vicios, agregó misía Carmen,

—Nosé que tu padre 6el mío, maná, se hayan embratecido ni conocido el vicio, con- testó con vehemencia Emilio, Si lo conocemos nosotros no es por ellos ciertamente....— Al decir esto paseaba la mirada de Enri que, que se mordía los labios, á Alberto que pelaba tranquilamente una naranja son- rieudo con su sonrisa tan simpática, que