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Por los ojas de misia Carmen pasó nu re lámpago y apretó disimuladamente los la- bios. La otra comprendió que acababa de de= «ir uma torpeza, y como la temía, trató de repararla

—Pero es muy mona, muy distinguida y muy amable, Clarita...

Ana María, el niño terrible, soltó una car- cajada que contagió 4 todos los demás, di- ciendo:

—En los apuros que te pone mamá, tía! No 'as, mamá, á mí, ahora... Qué tie- o va 4 resentirse


me hagas s ne queme ría?... Enrique n por tan poco.

Alberto hizo un gesto de malicia á su sue- gra, y con aire dramático, decía:

—No hay peligro, mamita, no hay peligro! Nuestros planes no se derrumbarán; yo se lo juro!

Me dicen que Sandringhan es uva cabaña espléndida, preguntaba el Doctor que conver- saba con Don Luis, Carlos, Elena y Alejan- dra en el otro extremo de la mesa, oyendo con interés las descripciones que esta última les daba de sus viajes.

—Tiene fama de serlo, Yo he pasado tres días con papá allí, invitados como huéspedes del rey Eduardo y de la reina; pero franea- mente, nosotras las señoras nos ocupamos de admirar otras cosas que nos interesaban más «que los carneros y los toros. Mientras el rey, que allí es solo na gran Señor, mostraba á