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—Si vieras tía, qué vestido magnífico te nía; de terciopelo verde, con pieies y encajes, agregó Isabel; estaba, es cierto, preciosa, preciosal

—Y qué alhajas!

—Llevaba un peinado rarísimo que le sen- taba divinamente: todo el pelo ondulado y salpicado de alfileres de esmeraldas y bri- llantes.

—De dónde sacará para lujos ésa, observó la husna Micaela. El marido no creo que an: de muy avanti... y el padre no tiene nada...

—Oh! los maridos están siempre avantí cuando se trata de mujeres como Nina, Y sino que lo diga don Vicente... allá en sus buenos tiempos! dij> Alberto que sabía que Micaela—quien lo detestaba—se había ca- sado de cuarenta y ocho, había sido fea siem- pre, y á la que su marido, metido en especu- laciones, él también había perdido en hipote- ca tras hipoteca las propiedades heredadas de sus padres, conservando apenas y en ago- nía la casa en que vivían,

—No estaba Clarita Montana en su paleo, mamá.

—Estaría enferma.

in duda, volvió 4 decir Micaela. Parece medio tísica esa chica; tan negrita, tan po- bre cosa como es, apesar de sus ¡nillones. Tam- bién la madee que nadie conocía... y el pa- dre... un gringo cualquie cuando jóven... -






que fué frutero