2 STELLA.
entendemos la vida y el deber de igual ma-
nera; tenía que ser muy grande un amor, que
unió así, al hijo de nuestras nieblas con la hija de vuestro sol
Si en vez de prosegaiv en el rambo, que me tracé desde la infancia casi, lo hubiera aban- donado—no por cariño sino por complacen- cia — el díís en que me casé con ána María, habríanse encontrado Vds. satisfechos, y hu- biéranla creído más feliz, porque al cortar mi carrera, cerrarme el horizonte, anular mi propia personalidad, les evitaba el dolor de la separación.
Jamás la engañé. Antes de aceptar de ella el dón de sí misma, le mostré la verdad; puse ante sus ojos la vida incierta de los hombres
+ como yo, la que sin el alto fin y el deber vo-
Tuntario que la diferencian, podría. parecerse
4 la vida azarosa de los aventureros. Nada
la detuvo. Pero es que ella sentía que estaba
en todo yo; en mi vida afectiva y en mis
actividades mentales, en mis alientos y en
mis desmayos, en mi acción y en mis perple- idades, en mi esperanza y en mis dolores; que estaba en mi presente, y ocupaba toda la visión de mi porvenir; que era amor en mí, todo lo que me impulsaba.
¿Podría alguien haber pretendido el sacrifi- cio de un cariño como el nuestro? Ni yo mis- mo. Habría sido plantear wn conflicto cuya especialidad dolorosa consistía, en que lasti- raando á una de las partes se hería á las dos.