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m STELLA

En mucho tiempo ni su estado de ánimo ni su luto le permitirían entrar 4 la vida mun- dana que hacía la familia. Si no se le com sentía tomar 4 su cargo la enseñanza de los niños la condenarían á una existencia soli taria y vacía. Miss Mary podía quedar de gobernanta; ella se responsabilizaría de la instrucción.

He aquí las razones que presentaba como base de su pedido. Misia Carmen encontraba demasiadas ventajas en la proposición, para no haberla aceptado en su interior mucho antes de condescender. Su marido viendo en ello una distracción únicamente, como siem- pre dijo sí.

Al día siguiente organizó su escuela.

Los discípulos aprendían las lecciones, la docilidad y la disciplina insensiblemente, al lado de quien se imponía convenciendo, y les enseñaba divirtiéndolos.

La joven seguía así la línea de conducta que se había trazado, ayudada por su carác- ter firme, viviendo retirada, en el ambiente cándido que creaban los niños á su alrededor, apasionados de ella, idólatras de Stella, que era ejemplo, premio y estímulo.

Su alma estaba melancólica; su herida era demasiado fresca para admitir aña vtra es- peranza, que la esperanza pasiva de que su existencia actual no cambiaría, Creía que la muerte de su padre había sido la descolora- ción del mundo, el in de su alegría.