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STELLA «a

da, que con su mantilla blanca, su gracia y sus claveles, parecía robada de alguno de los enadros desus Museos.

«Dónde ha atrapado este cazador de focas ese colibrí?...

«Cuándo vino á buscar ese grano de nues” tra más fina sal?...»

«En tiempo de la guerra de los moros y los

y etistianos...» solía decir más tarde, de vuelta en su tierra, Gustavo, refiriéndose 4 su recien= te excursión porlas provincias Españolas

AnaMaría conocía 4 los conquistadores ára. bes á través del tradicional título de «perros rooros» el que provocaba una indignación en Alex «que brotaba hirviendo 4 borbollones» según aquélla, Era á esta lucha entre hija y madre, á la que aludía Gustavo.

—N6, mamá, no eran crueles ni sanguina- rios, eran benignos y tolerantes... . A los eris- tianos les dejaron sus cultos y sus leyes.

—Nó, mamá, no eran bárbaros ni salvajes! Cuántas cosas les debemos! .... Lo que ahora admiramos son restos de su efímera y brillan- te civilización... Pregunta á papá, aña percibiendo en su madre un mohín de antipa- tía € incredulidad; que él te diga, si estaban adelantados, ellos, en esa rama de la ciencia, que nos lo hace á él tan notable,

—Cómo me duele, mamá, que hables a Yo los adoro, proseguía con sn apasionada vehemencia, porque son poéticamente melan- eólicos... Y tan melancólicamente resigna-