STELLA
—Conozco, prosiguió aun más sonriente; hay
allí muchos italianos, cerca de un millón . Y será muy buena cristiana, no es verdad? Santidad, y mis hijas son como yo: católicas, apostólicas, romanas, respondió ella, animada ya por su bondad sencilla,
Alejandra conservó siempre en su memoria aquella voz augusta que repitió dos veces sobre su cabeza y la de su madre: «Benedicat te-Dominus.o»
En España permanecieron mucho tiempo para prolongar la dicha de Ana Maria. No la encontraba ella en el Museo de Madrid, el Aicázar de Sevilla ó la Alhambra de Granada. La hallaba en respirar, moverse, sentirse vi vir en la noble tierra de sus antepasados, en- tre gente desu temperamento, de sus hábitos, dle su lengua; entre una raza de su propia raza. También, en la forma ostentosa y gala- na con que se manifestaba la admiración de los hombres ante su belleza; en la amabilidad dle corazón y de simpatía de suslindas mujeres,
La primera vez que asistieron 4 los toros, los ojos llenos de calor que iban hacia el pal- co que ocupaban, con la intención de conocer al Fassller, que los diariossaludaban como 4 un huésped ilustre, con biografías y puntos de exclamación, detenfanse sorprendidos y hechizados... Habían descubierto entre el hom- bre y la niña, hermosos tipos rubios del Nor- te los dos, como colocada ahí por el azar, esa figurita morena, ligera, inquieta y delica-