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STELLA s

En las catacumbas, mientras Alex iba Je- yendo con gran interés, á la luz del guía, los epitaños en las sepulturas de los cristianos y de los gentiles, ó los grabados simbólicos de algunas piedras, Ana María recorría las ga- lerías lóbregas, interminables, prendida del brazo de su marido y cerrando los ojos como cuando atravesaba los túneles,

—«Aquí celebraban sus cultos los Santos Mártires, aquí se formó nuestra Iglesia. Lo que aquí se guarda son reliquias, no som "muertos, pues, mamá.

Gustavo conoció ásu vez, el íntimo, el pu: rísimo placer de guiar á su hija, 4 esa esencia de su propio espíritu, por el mundo creado para los elegidos, Ante los cuadros, las esctl- turas, ante lo verdaderamente artístico, se extasiaba, Hobía en ella tal intuición y tal preparación, su gusto era tan seguro, tam hecho antes de haber visto, que jamás se equivocó; su instinto la guiaba hasta la obra que debía admirar, y allí permanecía contem- plándola.

Jamás sintió rubor ante el desnudo; admi- raba la perfección de las formas, la verdad de las carnes, como admiraba el colorido de un paisaje, los sabios pliegues de una vesti- dura.

Ana María sentía, en cambio, ante ese des- nudo cierta inquietud. «Cuando visites el Vaticano, mi hijita, te curarás de espanto» habíale dicho Gustavo. El día que se con-