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1 STELLA.

bien conocía, colocado á pocos pasos del montículo donde acostumbraba á sentarse rodeada de sus discípulos. Caminaba con los ojos bajos. Al notar ese tronco que le indi caba esa altura los levantó, y en el instante, con la expresión de un gran asombro, lanzó un grito, los cerró y apretólos con las ma- nos: no le extrañaba después de tantas emo- ciones, ser víctima de una alucinación. Vol- á abrirlos; el asombro persistía en su ex- presión... Sabía—¡ah! sí lo sabía—que allf no había, no había habido nunca, no podría nunca haber más que una suave, una peque- Risima montaña de arena delante de la cor- tina verde del pinar, ¡Y ahora ante ella se levantaba un inmenso edificio de piedra, sencillo y magestuoso! Osó mirarlo... un terror la doblegó nuevamente; temía una perturbación en su cerebro ó en su vista... Aquella construcción severa y monumental en aquel paraje desierto, al que seguramente después de su partida sólo habían visitado las gaviotas, que veía ella allí, no podía existir sinó en su imaginación... Mucho le costó, pero al fin miró fijamente sus mura- llas y para convencerse, subió, estiró el bra zo, y desde lejos las tocó. Lanzó otro gri- to: más le había sorprendido palpar las du- ras y ásperas y frías piedras de esos muros, resueltos 4 desafiar el tiempo y el huracán, que lo que le hubiera sorprendido encon- trar el vacío ... Convencida de la real exis-