STELLA mm ba de su paso por la tierra, su luminosa estela fecurdante.
Al regresar á su casa ya entrada la noche, divisó la vieja tapera y la acarició con la mi- rada. Iba al lento paso de su caballo, fuman- do, sintiendo cada vez más fucrte el peso de sus resoluciones, á medida que iban ellas asentándosc, afirmándose en su interior. . Con la rapidez del relámpago vió con su ima- ginación cruzar en ese instante cantando, real y patente á aquel joven paisano de la voz varonil en la noche triste; y oyó claros como entonces los hermosos versos:
Soy un hijo de la sombra Que voy marchando 4 la luz.
Parecido 4 lo que él al recordarlos, debe ser lo que siente el soldado que al entrar 4 la lucha, oye las notas de su Himno.
Máximo sacudió su cabeza con un aire de altivez triuofante, y murmurando, «Ala luz y 4 la dicha!» lanzó su caballo á la carrera,
Cándido notó sorprzndido al llegar, la ani- mación que traía en el semblante, y su sor- presa llegó á su colmo cuando oyó la carcaja- da tan inconfundible de Máximo, responderle. Vehemente € impresionable, como quien atro- ja lejos sus harapos, arrojaba él de sí sus pesimismos,
Subió ágilmente la escalera, entró en la biblioteca, y enternecido miró y dijo 4 su pa dre: «Paternidad es indulgencia: me perdonas que lo que no pudo conseguir tu fuerte bra- zo lo consiga la blanca mano de una mujer».