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el dinero; pero era ella quien abría para nos- otros la bolsa del potentado cuya existen- cia se pasa lejos, indiferente, extraña 4 nos- otros. La bienaventurada ha partido dema- siado pronto; más la huella de su paso no se borrará jamás en la comarca. “Ella, es ya dí chosa en el Señor»

Sería imposible pintar lo que pasaba en el corazón de Máximo, mientras se encontraba allí, mezclado con la gente humilde, oyendo lo que de la niña decía el anciano, y que esa concurrencia, que apenas cabía en la iglesia, escuchaba enternecida, Durante largo rato hubo en su cabeza una confusión de ideas, hasta que entró en ella una luz clara de día y entendió porque recordó.

Recordó que para Navidad le había dado un billete para «nuestros niños», como ella decía; y que otro día, toda rosada por la cor. tedad, le había murmurado con su voz de caricia: «Padrino, en lugar de comprarme el cinematógrafo, —ya tengo la linterna mágica ¡quieres darme el dinero? Será para emis pobrecitos».

Recordó que le había él dado sin contar. lleno de emoción; y también el cinematógra” fo. Que tomó después la costumbre de hacer cambiar dinero en moneditas de oro, pare ciéndole que un billete podía contaminar esas manos, y por el placer que ella sentía al oir- las sonar, ... Y fué tal la dulzura que lo inun- d6, tan suave el bálsamo que lo penetró, que