STELLA “a hacían una gloria Europea: sus deseubrimien- tos y observaciones, sus rectificaciones de la geografía polar, sus libros de"ciencia, que revelaban 4 un admirable artista, y los que se leían con más placer que un ro- mance,
Banquetes, recepciones, conferencias, se- siones especiales de Academias, fueron sus ob- sequios. En todas las fiestas ella aparecía sin despojarse un momento de su naturalidad candorosa. A aquellos hombres gastados en las alabanzas, parecíamles nuevas las que sa- lían de los labios frescos de esa joven, en cuyos ojos entreveían ellos su alma elegante.
Tenía el arte del «bien decir». En una rew vión de despedida, ofrecida por sus nuevos amigos, queriendo sintetizar sus impresiones, explicar, que apesar de ser mujer, de saber vestirse y amar la toilette como una parisien- se; de admirar el movimiento, el lujo, los pa- seos, los teatros del gran París, no era eso lo que más la había hecho teliz, que no habian gozado allí sólo sus ojos; demostrar, en fio, el íntimo placer que le había producido tam- bién oír; reuniendo en unosólo 4 todoese gran cuerpo de intelectuales, dijo en voz alta y clarísima, estrechando la mano de un poeta de barba cana que descendía de la tribuna después de haber leído un poema que le esta- ba dedicad
—Qué bien recuerdo ahora 4 aquella reina de la dulce Francia, que quiso «premiar con