454 STELLA ban ese día en este sitio todos los habitantes del pueblito y de los alrededores que habían venido á acompañarla, pero no se derramó una lágrima, No se llora á un ángel, señor, porque se va 4 la gloria. .... Selloró, sí, cuan- dose fué su hermana.
Máximo escuchó, de los labios del sepultu- rero, la continuación de la historia de la pe- queña alma que se le descubrió una tarde en Su terraza recostada en su pecho; y la mano que abrió su fosa, le mostró el camino sem- brado que había ella atravesado.
Cuando aquél se fué, solo con ella de nue- vo, parecióle oirla que le preguntaba: ¿«Has cumplido muestro pacto... .?» Al examinarse para responderle, se vió huyendo cobarde» mente de su blanco lecho de muerte; abando- nando cobardemente 4 la otra, 4 Ales, á aque- lla de quien él había prometido ser «amigo y un poco su padre», ea momentos de terrible prueba, por el egoísta temor de sufrir, por huir de tas emociones; por todo aquello que esa Alex condenaba ... Como si empezara 4 desvanecerse una nube en sus ojos, por primera vez la dulzura del recuerdo; y que bien podían ser ciertas sus palabras: «Recordar, Máximo, es vivir». Se despidió de su amiga, prometiéndole volver, y toman- do su caballo púsolo al galope en dirección al pueblito. En la puerta de la iglesia ha- bía carritos de colonos, caballos con recados, y algunos viejos breacks. Preguntó 4 alguien