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469 SIELLA

mañana, divisó un paredón blanqueado, sin revocar, una puerta de hierro y una cruz; “cuando estuvo cerca, reconoció su marca en el anca de un petizo obscuro que se en- contraba frente á esa puerta, y casi al mis- mo tiempo al jorobadito Juan que salía por ella, montaba en el petizo y tomaba al ga- lope la dirección del pueblito. Miró al in- terior. comprendió que estaba delante de un cementerio de campaña, y que el petizo era el mismo que había hecho dar al pobre niño.

Tocó su caballo que dócilmente le obede- tomando su largo trote. A cierta dis- tancia se golpeó de pronto la frente con su mano y exclamó en voz alta: «¡Mi Reina!» Acababa de oír una voz que le avisaba: « Allí duerme Stella»... Detúvose bruscamente, peusó un momento, y dando vuelta á las riendas encamúinóse en dirección opuesta. En dos minutos se encontró nuevamente delante de la muralla blanca y de la puerta negra. Bajó y entró, dejándose guiar por el azar, que era quien lo había conducido hasta allí. Algunos árboles, muy pocos, muchas cruces en el suelo, mucha luz; el silencio úni- co de los cementerios, una infiita calma fué lo que encontró; y desde ahí dentro, que era una altura, descubrió un admirable paisaje, el campanario de la iglesia, y 4 su trente el mar, que ese día estaba manso y claro.

Continuó caminando sobre el césped, y de