40 STELLA
Gustavo la llevó á viajar.
Las ruinas y los restos consagrados no fué lo único que los sedujo en Grecia, sino tam- bién su naturaleza misma, suave hasta en el declive de sus montañas, apacible hasta en su mar; sus bosques de laurel rosado, la sonrisa de sus hijos, la diafanidad del aire, el color de sus flores y de sus frutos.
La visión del pasado permanecía en sus ojos. Si percibían ruido de pasos, creían que iban á ver aparecer alguna de las figuras para ellos familiares de ese pasado; si oían voces, esperaban el canto guerrero de sus soldados ágiles... Un día Gustavo la convidó «4 un fes- tín frugal de aquellos tiempos»: así decía la invitación. Gozaba contemplando 4 su cria: tura tan moderna, tan coquetamente moder- na en su elegante traje de Doucet, sentada al airelibre, probar con fruición la miel, la le- che de cabra, morder las frutas de los viejos pastores. Cerrando los ojos y apretando sus 1uanos, con el entusiasmo con que expresaba el más ligero placer, exclamaba:
Qué rico, qué rico papá! Es exquisito tu banquete!
—Exquisito, sí, porque es el paladar de tu imaginación el que lo saboréa, mi hija, le contestaba él, que había vivido más.
Conoció la Francia. Su capital recibió al padre, como ella recibe á todo lo descollante. Gustavo Fussller, además de navegante y ex- plorador audaz, poseía otros títulos, que lo