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enterase encontrarían tal vez dos, capaces de realizarlo?

—Vuelvo á decirle: entre ellas y yo no podría haber uunca amistad, y aunque la hubiera, ¿podrían devolverme lo que me han quitado? ¿Podrían pretender borrar de los otros lo que les han permitido sospechar”. No, Mé ximo; en otros quedará siempre el re- cuerdo de mis ligerezas, como caritativa- mente querrán los mejores llamar, á lo que si hubiera existido llamaría yo corrupción moral, indigoidad, traición; siempre sería yo para esos otros la extranjera, la parienta Pobre que seduce al hijo de la casa, que se- duce al novio de la prima cuyo techo la cobija para hacerse una situación y una fortuna... ... ¡Ah! cómo reconozco, en la pali- dez mortal que va extendiéndose por su semblante, al padrino de la Perla, al amigo de Stella, que siente su corazón herido por la injusticia ajena ......! Porque bien sé que á pesar de ese excepticismo que me atre- vía á desanír, su alma es grande, su cora- z6n es moble, su espíritu es justo, Máximo... Y al verlo en este instante pálido, trémulo y los ojos apagados, me doy la razón por haberle dado mi amistad; reconozco el error de no haberle dado á tiempo mi confianza. SÉ bien, Máximo que usted no ba dudado de Alex.

Al decir esto le extendió su mano que Má- ximo no tomó. Percibió en El ma lucha