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STELLA 40 do siempre de una sola cosa, ¿Montana có- mo quedó con usted?

—Montana 4 los pocos días solicitó mi mano; le confieso que vacilé. Reconocía en él altas condiciones que los demás ig- noram, me encontraba en una situación difícil y me aterraba el mañana; sobre todo era garantizar el bienestar para Ella duran- te toda su existencia. Sin embargo, no me reflexioné que yo conocía mucho de ese hombre. / lo que desconocía?. Sólo acompañada por el amor se tiene el coraje de entrar en las tinieblas. Y yo no po- día querer á don Samuel Montana... Pe- ro estoy cierta de que si lo que él hizo entonces por mí, lo hubiera hecho única y desinteresadamente por mi tío, le habría entregado mi fe porque lo hubiera encon- trado digno de ser querido.

—¡Alex!. .... murmuró Máximo.

—Déjeme terminar, Máximo, porque eme piezo 4 sentirme conmovida, Las dos cau- sas que han podido obligarme á permane- cer aquí, desaparecen... La otra —dijo para evitar tocar la herida que la ha desfallecer—está ya remediada puesto que usted interviene, la solvación de mi tío está en sus manos, y mealejo tranquila.

—¿Se va usted, Alejandra?

—Sí, Máximo; me voy á mi país á curar- me entre los amigos de mi padre... Nor- dolj ha escrito, y en el acto he sido nom-