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único que pudiera interesarle en el relato, y al mismo tiempo cierta alarma en presencia de la exaltación interior que notaba en él, hizo un gran esfuerzo para dominarse y so- frevar sus ojos y su voz, y como á la niña aquel día, díjole con una dulzura infinita: Sí, querida Alex; sí, admirable criatura, gemela de la Angélica; too se arreglará, todo se remediará; todo lo que puede curar el dinero se curará. ... ¡Pero continúe por Dios!

—Salía de su casa, cuando nos volvimos á encontrar usted y yo en la calle de Maipú. Fué en ese momento que tuve el deseo de contárselo todo... ¿Y por qué no lo hizo?. .

—Porque ví algo en su cara que no me animó.

—Hizo usted bien, Alex: yo no merecía su confianza, dijo él con voz más sorda.

Ella lo miró, y no comprendiendo, termi- 16 de decir todo lo que tenía que deci

—He esperado su vuelta con impaciencia, porque desde hace dos meses, convencido Emilio que la situación de mi tío no era posible componerla con esperas y con plazos; que dentro de pocos días él, ya hoy mejor, tomaría la dirección de sus asuntos, y que un sano no puede aceptar lo que se impone á un enfermo, me autorizó 4 hablarle. Los dos sabemos que 4 un hombre como usted, hasta darle á conocer lo que sucede...

—¿Y Montana?..... preguntó él, preocupa-