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STÉLLA 488 to á esa serpiente insaciable que se llama la maledicencia, cuando la sentí enroscarse en él como en mi propia carue!.... ¡No puede usted concebir, lo que es comer el pan ajeno aunque se tenga la conciencia de ganarlo! A todo el que tenga un poco de esa concien- cia y un poco de corazón, sería innecesario mostrarle la razón por qué permanecí en la casa mientras vivió mi hermana; pero des- pués... ¿Hoy?.... ¿Por qué no me voy á llorar ó á consolarme 4 mi tierra, no es cier- to Máximo?

Su tranquilidad había ido disminuyendo hasta convertirse en una exaltación sin vi lencia. En Máximo había ido creciendo la atención hasta convertirse en ansiedad, Le pareció al último que aludía Alex á pregun- tas que más de una vez habíase él hecho 4 sí mismo anteriormente, preguntas que ella hubiera transparentado entonces, y á las que recién hoy respondiera; sintió un rubor y miró la alfombra,

Alex se levantó, fué hasta una pequeña mesa colocada en un extremo de la sala, lle- nó una copa con el agua helada contenida en una preciosa jarra de cristal y plata que estaba sobre ella, la bebió hasta el fondo co- mo si quisiera ahogar las palabras que se acumulaban en sus labios; serenóse, volvió á su asiento y continuó:

—Va usted á saberlo, Al poco tiempo de llegar á Buenos Aires, viéndose Emilio preci

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